Si el entrañable Obelix hubiera
pasado por El Cuetu un día como ayer y, entre jabalí y jabalí, echado la vista a
lo que bajaba por aquella carretera, lo habría dicho: «están locos estos
lugonenses». Porque no era para menos. El descenso de autos locos volvió a ser
uno de los grandes acontecimientos de la fiesta de Santa Isabel, tanto por su
poder de convocatoria, como por la espectacularidad, imaginación y sentido del
humor que demostraron los consumados pilotos que participaron en esta inusitada
prueba no puntuable para el campeonato del mundo pero sí muy mundial.