Los ojos de la inmensa mayoría
de los españoles aficionados al deporte --y de muchos que no lo son- estarán
fijos en la pantalla del televisor a partir de las 7 de la tarde de hoy para ver
el Gran Premio de Brasil de Fórmula 1, un deporte de seguimiento minoritario en
España hasta fecha reciente. El fútbol, indiscutible deporte rey en España, ha
renunciado a hacer frente a ese arrollador huracán de popularidad, y ningún
partido de 1.ª División se disputará esta tarde entre las 7 y las 9. La
posibilidad de que el ovetense Fernando Alonso se proclame campeón del mundo
explica esa actitud inédita.
Aunque en deporte nada se puede
asegurar por adelantado, y menos en una especialidad sometida a tantos y
variados riesgos como el automovilismo, las probabilidades de que Alonso logre
hoy en São Paulo garantizar un título para el que hace semanas es favorito
indiscutible, son muy altas. Le bastaría con sumar seis puntos -un tercer
puesto- y eso en la peor de las hipótesis: la de que el vencedor de la carrera
fuera su directo rival, Kimi Raikkonen. Si éste no venciera, Alonso necesitaría
menos puntos, tantos menos cuanto peor fuera la clasificación del finlandés. Y
en el caso de que Alonso no puntuara y Raikkonen redujera algo su gran
desventaja actual, Alonso aún dispondría de dos carreras más para alzarse con un
título al que se ha ido acercando cada vez más a lo largo de una temporada
fantástica por el número de victorias y, sobre todo, por la asombrosa
regularidad de que ha hecho gala.
Toda la carrera deportiva de
Alonso ha estado marcada por la precocidad. Aprendió a ganar desde muy niño e
irrumpió en el selectivo mundo de la Fórmula 1 dispuesto a romper todas las
barreras cronológicas. Si «sólo» fue el tercer piloto en correr en la categoría
a menor edad, en todo lo demás se ha anticipado. Ha sido el corredor más joven
de la historia en conseguir una «pole position», en hacer una vuelta rápida en
carrera, en subirse al podio de un gran premio y en ganar una de estas
competiciones. Y, si se proclama campeón del mundo esta temporada, será a sus 24
años y dos meses, el campeón más joven de la historia, destronando al brasileño
Emerson Fittipaldi, que lo consiguió con 25 años y ocho meses.
Con una ausencia de diplomacia
nacida de una sinceridad que a veces le perjudica, Alonso ha dicho esta semana
que entre sus compatriotas españoles hay algunos que desean que no se proclame
campeón del mundo. Se hace eco así de las reticencias, incluso la abierta
animadversión, que han manifestado hacia él algunos medios, por razones que
quizá tienen poco que ver con el carácter y la calidad deportiva del joven
campeón y sí con los intereses concretos que ha perjudicado con su vertiginosa
carrera. Pero esa desafección es sin duda minoritaria y Alonso haría bien en no
hacerle demasiado caso.
Lo evidente es que en España
Alonso se ha convertido en un motivo de admiración y orgullo. Eso sí, en ninguna
parte como en Asturias se ha celebrado tanto el feliz encuentro entre un
deportista excepcional y una sociedad deseosa de proyectar sus ilusiones en
triunfos de alto valor simbólico, como los que ofrece el deporte. Esa
coincidencia ha encontrado una expresión afortunada: la de los colores de la
bandera de Asturias con los de la escudería Renault. Una marea azul y amarilla
se ha ido extendiendo por los circuitos automovilísticos, especialmente los
europeos, hasta convertirse en un fenómeno que desborda los límites de lo
meramente deportivo. Si Alonso se ha preocupado de subrayar su origen, haciendo
grabar en su casco de competición la Cruz de la Victoria, miles de aficionados
asturianos, de forma directa o contagiando a otros aficionados españoles e
incluso a no pocos extranjeros, han convertido en clamorosa esa identificación.
De esa forma Asturias ha pasado
a contar con una impagable campaña de imagen que, aparte de disfrutarla, debería
saber aprovechar. Cuando entre muchos de los asturianos crece el convencimiento
de que sólo a través de una decidida apertura al exterior su región podrá
superar la decadencia de las últimas décadas, la ola de entusiasmo desatada por
Alonso brinda a Asturias la ocasión de darse a conocer masivamente y, además,
con una connotación tan positiva como la que irradia la excepcionalidad de su
joven campeón. A los emprendedores asturianos y, sobre todo, a las
instituciones, no se les puede escapar esta oportunidad.
En medio de las dificultades,
frustraciones y dudas que se derivan de una crisis demasiado larga y profunda,
se puede constatar la emergencia de una Asturias joven que, sin renunciar a lo
mejor de su pasado, es consciente de la necesidad de buscar con ambición
soluciones nuevas. Son muchos los que lo están haciendo en los campos más
diversos, desde la ciencia y la investigación hasta las más diversas
profesiones. Algunos, por la excepcional relevancia que han adquirido, se han
convertido en los rostros de esa ilusionante generación. Es lo que se
visualizará cuando, dentro de apenas un mes, Fernando Alonso reciba en el teatro
Campoamor de Oviedo el premio «Príncipe de Asturias» y desde la mesa
presidencial le felicite otra joven asturiana, la Princesa Letizia, embarazada
del futuro heredero de la Corona española.
E n el fallo del jurado que
otorgó ese reconocimiento a Fernando Alonso -por cierto, también el más joven de
los galardonados en los 25 años de los premios- se destacaban lossacrificios y
renuncias que hubo de realizar, con el único apoyo de su familia, en los
comienzos de su carrera, para llegar a la cumbre de su disciplina deportiva y
que «es hoy un ejemplo para la juventud española y mundial, ya que su
trayectoria es la consecuencia de la firme voluntad por el triunfo».
Esa capacidad para luchar por
un objetivo ambicioso es, tal vez, la lección más importante que Fernando Alonso
puede transmitir a sus paisanos. Máxime, si se tiene en cuenta que el objetivo
de llegar a campeón del mundo pasa necesariamente por acceder a una élite cuya
enorme exclusividad se explica a través de las ingentes cantidades de dinero que
mueve. Si un joven ovetense de familia trabajadora ha sido capaz de llegar hasta
la cima que un día se marcó como objetivo, no hay motivos para que otros
asturianos, sobre todo si son jóvenes, renuncien a sus sueños, por ambiciosos
que sean. Por si alguien entre nosotros lo dudaba, Alonso ha demostrado que no
hay metas imposibles para los asturianos. Algo que debiera ser obvio, pero que
quizá necesitaba una demostración ejemplar. Ésa es, en el fondo, la razón por la
que Asturias pone hoy su ilusión en la cabeza y en las manos de su joven
campeón.
Fuente de información:
LaNuevaEspaña