Cita obligada para todo aquel que visite Asturias, los Lagos de Covadonga son
uno de los enclaves más bellos y sobrecogedores de la montaña cantábrica. La
existencia de una carretera, que permite acceder fácilmente a sus inmediaciones,
los convierte en uno de los lugares más turísticos del Principado, atrayendo a
un gran número de visitantes especialmente durante el verano. Por eso es en esta
época del año cuando resultan más frecuentes las desagradables masificaciones de
gente y, sobre todo, de automóviles en su entorno, una situación cuyo final
puede estar próximo si, como parece que va a suceder, se adoptan medidas para
regular el acceso.
Ya sea en coche, en un transporte público o en bicicleta, la ascensión a los
Lagos, aparte de espectacular, resulta sumamente entretenida, entre otras cosas,
porque permite observar cómo varía el paisaje con la altitud, cómo los bosques
mixtos del entorno de la Basílica van siendo sustituidos por las hayas primero y
por la caliza y los pastizales después. Al llegar al Collado Valeres, donde
termina la subida, la carretera se asoma al lago Enol, de aguas frías y azules,
situado a 1070 m de altitud. A través de la excepcional ventana que constituye el
valle glaciar de la Vega de Enol, divisamos una grandiosa panorámica de las
Peñas Santas, en la que la Torre de Santa María es la cumbre más destacada.
Debemos tomar la desviación hacia la izquierda para, en su caso, dejar nuestro
vehículo en el aparcamiento de Buferrera y continuar a pie por la pista de la
majada de Belbín, que pasa por delante de las nuevas instalaciones destinadas a
minimizar el impacto turístico en la zona de los Lagos. Estos equipamientos aún
no han sido inaugurados y tras el último cambio político, nadie sabe siquiera si
algún día entrarán en funcionamiento.
Enseguida alcanzamos el Mirador del Príncipe, una magnífica atalaya desde la
que se dominan los Llanos de Comeya, afectados hasta hace unas décadas por las
actividades mineras pero ahora estrictamente protegidos. Varios paneles explican
cómo tuvo lugar la colmatación del lago cuaternario que dio origen a esta
amplísima vega, surcada por varios arroyos sinuosos que acaban por desaparecer
en sus respectivos sumideros.
Seguimos nuestro camino por la pista hasta que empieza a llanear. Entonces,
nos desviamos hacia la derecha a través de la pradera para asomarnos a una
espléndida panorámica del lago La Ercina, dejando a un lado los pinácullos
rojizos de las antiguas explotaciones de hierro y manganeso de Buferrera. La
loma donde nos encontramos constituye una morrena del glaciar cuaternario
que formó el cuenco en el que se sienta el lago, a 1108 sobre el nivel del
mar. Debido a su escasa profundidad, la máxima es de 3 m, la vida bulle en sus
aguas y esto permite la existencia de una colonia reproductora de fochas y
ánades azulones, a los que se suman cercetas, porrones y garzas en los meses más
fríos. Una gran masa de vegetación flotante está anclada en la parte norte del
lago, después de que un fuerte temporal la desplazase desde el otro extremo a
principios de los años ochenta. Esto no es más que un síntoma del avanzado
proceso de colmatación que, con el tiempo, tienen que conducirlo a un estado
similar al de los Llanos de Comeya.
Continuando nuestro recorrido, descendemos hacia el lago con la
intención de bordearlo por su margen derecho, donde encontraremos una fuente de
agua fría y refrescante. Las chovas corretean por los pastizales a al caza de
artrópodos y son numerosos los pájaros y los insectos. Merece la pena agacharse
de vez en cuando para descubrir la gran variedad de formas y los fantásticos
colores que presentan chinches y coleópteros ,, aunque los más abundantes suelen
ser negros y simpáticos. Las flores abundan por doquier y llaman especialmente
la atención en primavera cuando empiezan a retirarse las nieves. Los narcisos,
el diente de perro, las anémonas, las gencianas, las violetas y un sinfín de
hermosos colores y aromas alfombran el verde suelo con los primeros calores del
año.
En el extremo sur del lago tomaremos el camino que sube hacia unas cabañas
próximas a las peñas del Mosquital, de cuyas grietas brotan retorcidos algunos
tejos. En este terreno encharcado abundan los pequeños sapos parteros, de ojos
saltones, y las ranas bermejas. Remontamos un pequeño alto y empezamos a bajar
hacia la Vega del Bricial, donde se forma un tercer lago durante los meses fríos
pero que desaparece en cuanto disminuye el aporte de agua del Río Reseco.
Entonces sólo se ve un pequeño arroyuelo filtrado de La Ercina que termina por
perderse en el Sumidero de La Meona. En la majada del Bricial sólo quedan en pie
un par de cabañas bien cuidadas. A su lado varios fresnos ofrecen sombra en los
días de calor del verano y sus ramas tiernas sirven de comida al ganado.
El camino continúa atravesando las rocas que cierran esta dolina por delante
de nosotros. Al otro lado del afloramiento calcáreo encontramos un estrecho
pastizal rodeado de tojos por el que podemos seguir hacia la Vega de Enol, que
ya se ve cercana. Pero también podemos tomar una senda paralela que discurre por
el interior del hayedo, desarrollado sobre el escaso suelo que rellena los
huecos formados por disolución de la caliza. En este caso, hay que andar con
cuidado para evitar torceduras al caminar sobre un piso irregular, con la roca
medio oculta por la hierba y los matorrales.
Por fin, salimos a la hermosa Vega de Enol, al lado de la capilla del Buen
Pastor. En ella se oficia una misa cada 25 de julio con motivo de la tradicional
y muy concurrida Fiesta del Pastor, cuyo objetivo principal es discutir el
aprovechamiento de los pastos. Justo enfrente de la capilla, por debajo del
relieve de la Porra de Enol( 1274 m), un refugio de montaña ofrece comidas y
alojamiento. Desde aquí nos queda un trecho todavía bordeando el lago Enol
hasta la carretera. Debido a su mayor profundidad( hasta 23 m) no desarrolla
vegetación acuática lo que le impide ser frecuentado por las aves
acuáticas que viven en el otro lago. Sin embargo, en sus orillas pueden
observarse con detenimiento las evoluciones de los cangrejos de río, así como
grandes truchas arco-iris y tencas
Por último, no podemos dejar de referirnos al cambiante tiempo de los Picos y
a las frecuentes nieblas que pueden permanecer estancadas durante días. Frente a
ello las únicas opciones del viajero son la prudencia y la sabiduría para
aprovechar los mejores días en las zonas altas y elegir otros recorridos del
entorno de los Picos cuando las condiciones meteorológicas sean menos
halagüeñas.
Aparcamiento de Buferrea- Mirador del Príncipe- Lago de la Ercina- Vega del
Bricial-Vega de Enol- Lago de Enol
5 km
Transporte recomendado:
a pie.
Mejores épocas de visita:
primavera, verano, otoño, invierno.
Dificultad de la ruta:
media.
Información: Luis Frechilla
García