CANGAS DE ONÍS- PARQUE
NACIONAL DE LOS PICOS DE EUROPA
Cuentan las crónicas, con esa carga de fantasía que engrandece las historias
perdidas en el tiempo, que un caudillo asturiano de nombre Pelayo, al mando de
un grupo de montañeses y astures, consiguió derrotar a las hasta entonces
invencibles tropas musulmanas, dirigidas por Alkama, en la mítica batalla de
Covadonga. Corría el año 722 de nuestro tiempo y Pelayo era nombrado primer
monarca del Reino de Asturias. Era el comienzo de la Reconquista y de la
veneración del Real Sitio de Covadonga.
Actualmente, las dos torres de la Basílica, sobresaliendo por encima de la
densa floresta del monte Cueto, constituyen la primera imagen de Covadonga para
el viajero. Cada año miles de creyentes y turistas acuden a la Cueva Santa, una
gruta natural encajada en un farallón el monte Auseva, para ver a la Santina.
Hasta su altar se llega a través de una cueva artificial, en cuyo interior reina
el silencio mientras las gentes desfilan por delante del sepulcro del rey Pelayo
y su esposa y frente a la talla chiquitina y galana de la Virgen. En el
extremo de la Cueva existe una capilla donde se recoge la venerada imagen cuando
las inclemencias meteorológicas así lo recomiendan. La gruta es también un
excelente balcón para asomarse al estanque que hay justo por debajo y en el que
brillan cientos de monedas representando otras tantas ilusiones y deseos. Del
interior de la peña, justo por debajo de la capilla, surge el río Deva en forma
de una bella cascada que agita las aguas de ese remanso artificial y que
alimenta la Fuente de los Siete Caños, de la que cuentan las leyendas que las
mujeres que beben de los siete chorros se casan en el plazo de un año.
Hasta allí podemos bajar por la escalera que algunos fieles prefieren subir de
rodillas en señal de promesa.
Allí se encuentra también el antiguo inicio de la carretera de Los Lagos,
cuyo tramo inicial fue remodelado para alejar el intenso tráfico de la Cueva
Santa. La antigua calzada ahora ha sido empedrada y por ella nos encaminamos en
busca del origen del río Deva. Nada más pasar la primera curva sale a la derecha
un camino bien marcado pero que, en un primer momento, puede pasar desapercibido
a causa de la hojarasca que cubre el suelo del bosque. A base de quiebros vamos
ganando cada vez más altura por la empinada y umbría ladera. Al principio el
bosque es mixto y en él abundan robles y castaños mezclados con mostajos, tilos,
fresnos, acebos y arces. El soto bosque se presenta bastante tupido por zarzas,
espinos y ruscos si bien también abundan los helechos, como la lengua de ciervo
y el lonchite. A medida que nos aproximamos a la cresta del monte Auseva, el
suelo se va despejando de matorral y cada vez predominan más las hayas. Al lado
de los arroyos se encuentran fácilmente los revolcaderos de los abundantes
jabalíes y es posible descubrir a la vistosa salamandra medio enterrada en el
barro.
Nada más superar el Collado de Orandi podemos contemplar, por detrás de los
árboles, la extensa y hermosa vega del mismo nombre, una planicie de un verde
idílico recorrida por un culebreante riachuelo. Descendemos hacia la pradera por
un camino rodeado de espinos albares y avellanos y corremos los últimos metros
para disfrutar, por fin, de os rayos del sol en tan paradisiaco lugar. En la
vega pastan algunas reses y el pito negro deja oír sus gritos en el hayedo
que cubre las laderas en torno al valle. Ambas orillas del río están recorridas
por una hilera de alisos y fresnos que son explorados de arriba a abajo por
agateadores y páridos. Sobre las piedras del río reposan las diminutas efémeras
y los abejorros seleccionan las carrasquillas azules, que nacen entre las rocas,
para recolectar el néctar. Por nuestra derecha nos llega el estruendo ahogado de
la sima del río Las Mestas que desaparece en el interior de una angosta gruta de
enorme entrada( La Cuevona). Cuando reaparezca como por arte de magia, por
debajo de la Cueva Santa, se le bautizará de nuevo pero no por ello dejarán de
ser estas mismas aguas.
El valle de Orandi constituye un precioso poljé, un valle sin salida formado
por un río que acaba por sumirse en una cueva de origen cárstico. Es el lugar
ideal para pasar un día relajado disfrutando de la tranquilidad de la montaña y
sin habernos cansado mucho ya que, aunque la subida se hace un poco larga, nunca
llega a ser dura gracias al continuo serpenteo del camino. No obstante, quien se
sienta ansioso por caminar puede continuar la marcha siguiendo una senda que
remonta el valle hacia las majadas de Teón y Fana, muy cerca ya del lago Enol.
A la hora de bajar, hay que tener cuidado de no desviarse por un ancho camino
que sale hacia la derecha al poco de pasar el collado y, en su lugar, cruzar el
arroyo hacia la izquierda para seguir, ya sin dificultad, por el mismo sendero
de la subida.
Covadonga- Cueva Santa- Collado de Orandi- Vega de Orandi- La Cuevona
3 km (i/v)
Transporte recomendado:
a pie.
Mejores épocas de visita:
primavera, verano, otoño, invierno.
Dificultad de la ruta:
media.
Información: Luis Frechilla
García