Continuamente los medios nos
informan de estudios estadísticos de lo más variado. En ocasiones, tan
disparatado nos parece el objeto de estudio, que sospechamos de la extraña razón
que ha llevado a alguien, ente público o privado, a financiar tan caprichosa
investigación. Otras no vemos a bote pronto la utilidad del análisis, pero
pasado el primer momento de estupor al oír la noticia, descubrimos la profunda
carga de profundidad que tiene sobre las estructuras más primarias de nuestra
sociedad. Pues bien, esto último me pasó a mí al oír hace escasos días que
investigadores de la Universidad de Alberta en Canadá habían llegado a la
conclusión de que los progenitores, más los padres que las madres, descuidaban a
los hijas/os cuando eran feos. La investigación se hizo observando a las
criaturas mientras acompañaban a sus ascendientes por los procelosos pasillos de
los hipermercados y finalmente al presentar los resultados de su estudio afirman
que la belleza de la progenie representa el mejor legado genético y por eso la
atención y dedicación a los más agraciados.
Yo desconozco si tenemos
grabado en nuestra herencia genética ese mayor afán en conseguir especimenes más
hermosos; pero de lo que no cabe ninguna duda es que, como concluye el director
del proyecto, el atractivo físico es un valor; especialmente cuando quien lo
tiene pertenece al sexo femenino. Y ello no constituiría ningún problema en
nuestra sociedad si no fuera porque: primero, la belleza o la fealdad no se
eligen; segundo, casi en mayor medida en que la belleza es un valor que se
recompensa, la fealdad es un defecto que se castiga y parece ser que no solo por
los extraños. A revalorizar el atractivo físico están destinados los concursos
de belleza, que lejos de desaparecer se extienden al otro sexo. Por si esto
fuera poco la banalización de las técnicas quirúrgicas abre un panorama
desolador. Así pues, el próximo fin de semana en el hiper toca estar más atentos
a las crías que a la última pantalla de plasma. A lo mejor cuando se hagan
adultos en lugar de querer ser sirenas, sabrán que las ballenas, además de ser
reales, son más felices.
Escrito por Rosario Hevia
Fuente de información:
LaVozdeAsturias