Lo sorprendente, y lo nuevo, de
este fenómeno es que quienes blandían al viento las banderas de Asturias no eran
de este lado del Pajares. Una peña de Cádiz cuelga de la barandilla su enseña
asturiana. Un grupo manchego, jamón pata negra y queso incluido, la vuela desde
la curva New Holland, la última, al paso del bólido de Alonso. Un niño francés
cambia sobre la marcha desde su asiento la gorra de Kimi por otra con la Cruz de
la Victoria a estribor y a babor, mientras balancea con rítmico compás, derecha,
izquierda, izquierda, derecha, asta azul y amarilla de Renault.
En Montmeló, el pasado fin de
semana, se citaron 115.900 aficionados. El 50%, 57.950, españoles. Unos 10.000,
cálculo en función de los lugares de venta de entradas, asturianos. El terremoto
azul que se vivió el pasado domingo fue posible porque personas de otras
regiones y otros países tomaron como propias las camisetas, las gorras, los
símbolos del Principado. ¿Alguien se imagina a cientos de asturianos empuñando
la bandera de Murcia para aupar a su ídolo? Parece raro, inverosímil,
sorprendente. Millares de españoles y extranjeros lo hacen con la de Asturias
para arrear a Alonso.
Del rojo al azul en 3 años
Hace tres años en el mismo
circuito, en el mismo Gran Premio, sólo había un color: el rojo Ferrari.
Entonces, año en el que Alonso debutaba como piloto oficial de Renault, entre la
uniformidad encarnada empezó a despuntar tímidamente el azul Asturias. Fue
cuando Schumacher, curioso y sorprendido, preguntó al asturiano, el anfitrión,
de dónde eran aquellas banderas que nunca había visto y que aparecían en algunas
curvas.
El locutor del circuito, que
entretiene la espera hablando durante horas y horas, conecta con la tribuna N,
bautizada como el graderío asturiano, cada pocos minutos. Las conexiones, con
entrevista en directo para que el personal desahogue sus impulsos alonsistas,
rompen la monótona tarea de animación. Por pantallas gigantes, por las que luego
se sigue la carrera, la imagen de la tribu astur llega a todo el circuito.
El primer entrevistado es de
Cádiz. Luego vino uno de Albacete. Los hubo de Canarias, de Madrid y de
Cantabria. Allá por la media docena aparece, por caridad y orgullo de raza, el
primer asturiano: «Oye, estás dando bola a la grada de los asturianos pero no
sale ninguno de Asturias. Voy a hablar yo, que soy de Oviedo y te presento aquí
a nuestro rey Pelayo».
Puede con el localismo
Alonso ha unido a España en un
solo color y una sola bandera. Pero también a Asturias. Una gijonesa se desborda
en pantalla con furor alonsista. El piloto es lo único que en deporte ha logrado
que apoyen con idéntico fervor Oviedo y Gijón, Gijón y Oviedo. Alonso, un
fenómeno mundial, eleva a universal lo local, Asturias, y supera en Asturias el
localismo.
El «Asturias, Patria Querida»
fue la canción de Montmeló. Sonó en todas las versiones posibles durante los
tres días de pruebas: en solo de gaita, a la gaita con coro de grada, a capella,
grabada en versión polifónica. En la ceremonia de salida, minutos antes del
semáforo verde, la megafonía soltó las notas del himno de España, en honor al
Rey; del de Cataluña, por la comunidad organizadora, y del de Asturias. Fueron,
junto al de Finlandia y Gran Bretaña, al final, en honor del ganador Raikkonen y
su escudería, los únicos himnos oficiales que pudieron escucharse. Cuando
descansaba el «Asturias de mis amores» enchufaban a Melendi y su «Asturias», el
otro himno rumbero de la región, melodía de «rey del viento».
De Montmeló villa a las alturas
del circuito, en un polígono industrial, hay tres kilómetros que recorren miles
de aficionados, como hormigas en hormiguero. Flanquean el camino puestos pirata
con los productos no oficiales. La indumentaria oficial de la F1 sólo se vende
dentro del circuito. «Regalo, regalo, regalo. Una gorra, una camiseta y unas
gafas de Ferrari por 30 euros. Regalo, regalo, regalo». La machacona grabación
con tono de reclamo tombolero, pegadiza, suena cada tres puestos, todos seguro
de la misma cadena de feriantes. Entre unos y otros, tenderetes de «productos
Asturias»: la bandera, un pañuelo, gorras con la Cruz de la Victoria. Los
emblemas regionales en la Fórmula 1 empiezan a dar para una industria. Las
banderas, tamaño mini, valen entre 15 y 20 euros.
Un guiño: una tendera
ecuatoriana que pone bocadillos de butifarra anuda un pañuelo de Asturias al
cuello. Estilo, reclamo para vender más torradas.
El 8 de mayo, el mismo día en
que una ovetense, Letizia Ortiz, anunció al mundo que daba un heredero a la
Corona de España, Asturias daba al mundo en Montmeló un rey del automovilismo y
todos sus símbolos. Después de la Reconquista, Alonso es lo más exportable que
nos queda.
Fuente de información: lne