Jesús Menéndez Peláez,
historiador de la literatura, autor de una muy notable «Historia de la
literatura española», en tres tomos, en colaboración con Ignacio Arellano, José
Caso y José María Martínez Cachero, y activo director del Foro Jovellanos, de
Gijón, ha publicado recientemente un gran trabajo sobre «El teatro costumbrista
en Asturias», que recoge y documenta la muy estimable inclinación hacia el
teatro de los asturianos y que abarca desde los aspectos históricos (señalándose
sus primeros testimonios en el siglo XVII, con Antonio González Reguera, «Antón
de Marirreguera», adelantado también de la poesía en bable) hasta el repaso
pormenorizado de autores, actores y compañías.
No se incluyen en este
estudio, es natural, a los dos dramaturgos más importantes nacidos en Asturias,
al calderoniano Francisco Bances Candamo y a Alejandro Casona, ni el ensayo
dramático de Clarín («Teresa»), ni a Ramón Pérez de Ayala en cuanto que crítico
de teatro ni los escarceos teatrales de Jovellanos. El teatro culto debido a
asturianos, con las excepciones de Bances Candamo y Casona (que tampoco fueron,
ninguno de los dos, autores de primera fila), es poco significativo. Incluso,
puede hablarse de un cierto teatro poético («Pinín el afrancesáu», de Pepín de
Pría, «El trébol de San Juan», de A. Bonet, «Capitán de Romancero», de
Constantino Cabal, o la obra inédita de Ángel Pola, que en ningún momento tuvo
la aceptación y el reconocimiento del teatro costumbrista. Teatro que adopta
diversos aspectos, desde los más primitivos, como las «comedias de sidros»,
hasta los más convencionales, como las comedias en las que la quintana sustituye
al escenario habitual de la sala de estar con tresillo. Incluso varía el número
de actores en escena, desde uno solamente, el monologuista (quizás eco del
bululú del teatro clásico), hasta la compañía completa, con galán, dama, dama
joven, antagonista, «barbas», etcétera. Entre los autores de este teatro
costumbrista destacan Vital Aza, que llegó a conocer grandes éxitos en Madrid, y
Eladio Verde, cuyo ámbito es más restringido, pero cuyo éxito en Asturias es
perdurable y sus obras, aunque no sean representadas tanto como merecen,
continúan atrayendo al público. El excesivo localismo acaso haya frenado la
difusión del teatro asturiano más allá de Pajares, aunque, como bien afirma
Modesto González Cobas, el teatro de Vital Aza o de Eladio Verde no desmerece al
lado del de los Álvarez Quintero. Sin embargo, el costumbrismo andaluz siempre
se exportó mejor que el asturiano: no porque sea más universal, sino, tal vez,
por todo lo contrario, por explotar un folclorismo muy característico, y así
tenemos, en un terreno diverso, el gran éxito, incluso entre intelectuales con
añoranza del jazz, del cante flamenco (que hasta se pretende vender, de
contrabando, como el «lamento angustioso de un pueblo oprimido»), en tanto que
la tonada asturiana, de enorme belleza poética, en muchos casos superior a la
del flamenco, que suele derivar hacia la onomatopeya, no encuentra público ni
«intelectuales progresistas» fuera de los límites de Asturias.
En los orígenes del teatro
popular asturiano tenemos las «comedias de sidros», con un autor muy destacado,
José Noval «Siero», y una estructura escénica de una simplicidad prehistórica,
lo que dio pie a don Juan Uría para suponer que el origen de las mascaradas de
invierno, en las que se integran las «comedias de sidros», se encuentra en ritos
de carácter propiciatorio de pueblos primitivos. Las «comedias de sidros», pese
a su primitivismo, aludían a asuntos de actualidad en el siglo XIX, como la
emigración a América, las guerras carlistas y de África, la I República, el
peligro del socialismo, etcétera. Según Enrique Medina, los hermanos Nieves y
Manuel Noval fueron los últimos que escribieron comedias en Valdesoto,
destinadas a la representación.
El teatro costumbrista
asturiano consiguió llegar a un público muy amplio dentro de la región. Tal vez
no se trate de un público culto ni especializado; gracias a ello los autores
evitaron las pretenciosidades y las pedanterías; y, a fin de cuentas, el público
de Siero, de Aza, de Eladio Verde, de Pachín de Melás, de Ánxelu, de Antón de la
Braña, de Malgor, de la «Compañía Asturiana», de «Los Mariñanes», de Antonio
Medio, de Rosario Trabanco, de Clara Ferrer, de Donorino García, era el público
que asistía «como a misa» a las representaciones de Shakespeare y Lope de Vega.
Con este amplio trabajo, Menéndez Peláez rescata un aspecto importantísimo del
teatro regional español, digno de ser reivindicado por popular, por asturiano y
por teatro.
Fuente de información: lne