El teatro asturiano
Fecha Jueves, 21 abril a las 15:43:01
Tema Cultura


Jesús Menéndez Peláez, historiador de la literatura, autor de una muy notable «Historia de la literatura española», en tres tomos, en colaboración con Ignacio Arellano, José Caso y José María Martínez Cachero, y activo director del Foro Jovellanos, de Gijón, ha publicado recientemente un gran trabajo sobre «El teatro costumbrista en Asturias», que recoge y documenta la muy estimable inclinación hacia el teatro de los asturianos y que abarca desde los aspectos históricos (señalándose sus primeros testimonios en el siglo XVII, con Antonio González Reguera, «Antón de Marirreguera», adelantado también de la poesía en bable) hasta el repaso pormenorizado de autores, actores y compañías.

 No se incluyen en este estudio, es natural, a los dos dramaturgos más importantes nacidos en Asturias, al calderoniano Francisco Bances Candamo y a Alejandro Casona, ni el ensayo dramático de Clarín («Teresa»), ni a Ramón Pérez de Ayala en cuanto que crítico de teatro ni los escarceos teatrales de Jovellanos. El teatro culto debido a asturianos, con las excepciones de Bances Candamo y Casona (que tampoco fueron, ninguno de los dos, autores de primera fila), es poco significativo. Incluso, puede hablarse de un cierto teatro poético («Pinín el afrancesáu», de Pepín de Pría, «El trébol de San Juan», de A. Bonet, «Capitán de Romancero», de Constantino Cabal, o la obra inédita de Ángel Pola, que en ningún momento tuvo la aceptación y el reconocimiento del teatro costumbrista. Teatro que adopta diversos aspectos, desde los más primitivos, como las «comedias de sidros», hasta los más convencionales, como las comedias en las que la quintana sustituye al escenario habitual de la sala de estar con tresillo. Incluso varía el número de actores en escena, desde uno solamente, el monologuista (quizás eco del bululú del teatro clásico), hasta la compañía completa, con galán, dama, dama joven, antagonista, «barbas», etcétera. Entre los autores de este teatro costumbrista destacan Vital Aza, que llegó a conocer grandes éxitos en Madrid, y Eladio Verde, cuyo ámbito es más restringido, pero cuyo éxito en Asturias es perdurable y sus obras, aunque no sean representadas tanto como merecen, continúan atrayendo al público. El excesivo localismo acaso haya frenado la difusión del teatro asturiano más allá de Pajares, aunque, como bien afirma Modesto González Cobas, el teatro de Vital Aza o de Eladio Verde no desmerece al lado del de los Álvarez Quintero. Sin embargo, el costumbrismo andaluz siempre se exportó mejor que el asturiano: no porque sea más universal, sino, tal vez, por todo lo contrario, por explotar un folclorismo muy característico, y así tenemos, en un terreno diverso, el gran éxito, incluso entre intelectuales con añoranza del jazz, del cante flamenco (que hasta se pretende vender, de contrabando, como el «lamento angustioso de un pueblo oprimido»), en tanto que la tonada asturiana, de enorme belleza poética, en muchos casos superior a la del flamenco, que suele derivar hacia la onomatopeya, no encuentra público ni «intelectuales progresistas» fuera de los límites de Asturias.

En los orígenes del teatro popular asturiano tenemos las «comedias de sidros», con un autor muy destacado, José Noval «Siero», y una estructura escénica de una simplicidad prehistórica, lo que dio pie a don Juan Uría para suponer que el origen de las mascaradas de invierno, en las que se integran las «comedias de sidros», se encuentra en ritos de carácter propiciatorio de pueblos primitivos. Las «comedias de sidros», pese a su primitivismo, aludían a asuntos de actualidad en el siglo XIX, como la emigración a América, las guerras carlistas y de África, la I República, el peligro del socialismo, etcétera. Según Enrique Medina, los hermanos Nieves y Manuel Noval fueron los últimos que escribieron comedias en Valdesoto, destinadas a la representación.

El teatro costumbrista asturiano consiguió llegar a un público muy amplio dentro de la región. Tal vez no se trate de un público culto ni especializado; gracias a ello los autores evitaron las pretenciosidades y las pedanterías; y, a fin de cuentas, el público de Siero, de Aza, de Eladio Verde, de Pachín de Melás, de Ánxelu, de Antón de la Braña, de Malgor, de la «Compañía Asturiana», de «Los Mariñanes», de Antonio Medio, de Rosario Trabanco, de Clara Ferrer, de Donorino García, era el público que asistía «como a misa» a las representaciones de Shakespeare y Lope de Vega. Con este amplio trabajo, Menéndez Peláez rescata un aspecto importantísimo del teatro regional español, digno de ser reivindicado por popular, por asturiano y por teatro.

Fuente de información: lne







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