PILOÑA/CASO-PARQUE NATURAL
DE REDES
Para dirigirnos hacia los Montes del Infierno tomamos la estrecha carretera
local que comunica Infiesto con Espinadero a través de un hermoso valle de
laderas boscosas y prados que ocupan todo el ancho de la vega. Las abundantes
caserías llaman poderosamente la atención. Las viviendas, con paredes de piedra
invadidas por musgos y enredaderas, están provistas de bonitos corredores de
madera donde se secan ristras de cebollas y maíz. Adosadas a ellas aparecen
cuadras y tenadas donde se mezcla el olor de la hierba seca con el de la leche
recién catada. Los hórreos alcanzan aquí una de las densidades más elevadas de
toda Asturias y están muy bien conservados. Este hecho sorprende especialmente
en Espinaredo que, sin duda, es uno de los rincones más interesantes de la
región para admirar la arquitectura rural tradicional asturiana.

Entre esta
población y La Pesanca, punto de arranque de nuestra ruta, encontramos todavía
algunas caserías más y atravesamos Riofabar, una aldea sumamente atractiva que
nos traslada a una época que creíamos perdida. La Pesanca es un área recreativa,
con bancos y mesas de madera a la sombra de castaños, robles, arces, abedules, y
alisos, donde es fácil descubrir a las ardillas cuando, al entrar el otoño, se
afanan en recopilar importantes reservas de frutos secos. A partir de aquí, la
carretera se transforma en una pista forestal que llega hasta la Hoz de Moñacos,
por lo que la bicicleta de montaña puede ser una excelente opción. Aunque se
trata de un camino transitable para los vehículos todo-terreno no es
recomendable su uso, ni tampoco tiene mucho sentido si lo que pretendemos es
disfrutar de este recorrido, que discurre todo el tiempo por el interior del
bosque.
En la primera parte de la ruta, avanzamos a través de un bosque mixto en el
que llama la atención la presencia del roble americano, una especie introducida
en el siglo XVIII y de grandes hojas lobuladas acabadas en pequeños dientes. El
sotobosque está literalmente cubierto de helechos que incluso tapizan algunos
troncos. El río discurre hundido a al izquierda del camino y, de vez en cuando,
un ruido sordo nos invita a escudriñar entre la arboleda para descubrir
espectaculares saltos de agua. Al cabo de un rato, encontramos una pista que
desciende hasta su curso para luego subir de nuevo hacia las cabañas de Degoes,
en la empinada ladera de la Sierra de Aves. Justo después, a la vuelta de un
recodo, nos encontramos de golpe con la Hoz del Infierno, donde agudos pináculos
de roca ennegrecida y formas caprichosas sobresalen por encima de las copas de
los árboles, sin duda, con una apariencia infernal. El río discurre ahora al
lado del camino formando constantemente pequeños saltos de agua entre los que se
desenvuelven confiadamente lavanderas cascadeñas y mirlos acuáticos. Cruzamos un
par de puentes antes de salir del desfiladero y, desde el segundo, vemos una
curiosa cascada al final de un estrechísimo canal de roca.
Tras otro tramo umbrío, envueltos por un bosque en el que los musgos cubren
de verde los troncos de hayas, robles, y alisos, llegamos a una bifurcación en
una zona que recibe el nombre de El Patín. En este punto, la riega de los
Cubilones confluye con el río del Infierno y la pista de La Argañal sale a
nuestra izquierda hacia un monte de titularidad privada. Seguimos de frente
internándonos en un valle encajado mientras llegan a nuestros oídos los roncos
bramidos de los ciervos encelados desde las crestas de los Montes del Infierno.
Enseguida, el camino comienza a ganar altura rápidamente a base de curvas y
contracurvas. Casi imperceptiblemente, el bosque va siendo dominado por el haya
aunque en las orillas del arroyo de los Cubilones siguen apareciendo avellanos,
sauces y robles. De vez en cuando densas manchas de helechos tapizan el suelo
del hayedo pero por lo general aparece desnudo, cubierto por un manto castaño de
hojas secas. Tras cruzar frente a la estrechez de la Hoz de los Cubilones, la
pista se adentra en el Monte Corvera dejando cada vez más atrás el rumor de las
aguas embravecidas. Ahora, el silencio reinante nos permite descubrir con
facilidad las bandadas de carboneros, herrerillos, mitos y reyezuelos que
inspeccionan las copas de los árboles, mientras los agateadores y los hermosos
trepadores azules recorren incansables los troncos. Además, desde algún lugar
del bosque, nos llega el reclamo agudo del pito negro.
En este último tramo, encontraremos algunas desviaciones, poco marcadas la
mayoría de las veces, aunque en ningún caso debemos abandonar el camino
principal. Continuamente vamos subiendo de una forma progresiva, manteniendo un
buen ritmo sin excesivo esfuerzo. A medida que nos acercamos a la Hoz de Moñacos
empiezan a aparecer avellanos al borde del camino que se hacen más abundantes
cuando llegamos a la orilla del riachuelo. También crecen arces, acebos y
fresnos que no ocultan los altos riscos de la sierra de Pandemules, que se
yerguen amenazadores sobre nuestras cabezas. El camino describe un par de eses
antes de atravesar la corta pero espectacular foz de cuyas paredes cuelgan
numerosos tejos.
Con el melodioso canto del chochín compitiendo con el rugir del arroyo,
salimos a una hermosa pradería rodeada por una loma a modo de anfiteatro
cubierto de bosque. Hemos alcanzado el Monte Moñacos en un lugar inmejorable
para descansar contemplando la lejana sierra de Aves a través del estrecho hueco
del desfiladero.
El camino de regreso proporciona una nueva perspectiva del bosque y nos da la
oportunidad de descubrir nuevos detalles. Cuando llegamos de nuevo a La Pesanca,
entrada la tarde, encontramos las mesas del área recreativa repletas de
excursionistas que conversan animadamente acerca de las emociones del día
(aunque esta escena sólo es frecuente los fines de semana). Entre ellos vuelan
con gran destreza algunas grandes y llamativas libélulas emperador que acaban
por perderse en la espesura de la ribera.
La Pesanca-Hoz del Infierno-El Patín-Hoz de los Cubilones-Hoz de Moñacos-Monte
Moñacos
14 km(i/v)
Transporte recomendado: a pie, a bicicleta.
Mejores épocas de visita: primavera, verano, otoño.
Dificultad de la ruta: media.
Fuente de información: Luis Frechilla García