Publicado: Dom Nov 29, 2009 5:26 pmAsunto: No estoy loco..
No estoy loco.....
Solo tengo una cierta edad, no, no estoy loco.
Siendo yo muy niño, en mi pueblo, vi como sacaban a un hombre de su casa, inmovilizado de pies y manos de una extraña manera, con el cuerpo embutido en algo que luego supe que era una camisa de fuerza. También supe luego que los hombres forzudos que a duras penas lograron meterlo dentro de una ambulancia eran loqueros y que lo conducirían a un manicomio.
La imagen de aquel.. loco?, con la cara descompuesta y cubierta de sudor, mocos y babas, los ojos desorbitados, las palabras que farfullaba a gritos, su resistencia y su desesperación, me quedaron para siempre en la memoria como grabadas a fuego.
Este monólogo no es más que fruto de mi imaginación, inspirado en la impresión terrible que me produjo aquella patética, lejana y horrorosa escena.
Llevo tres días ingresado aquí. Lo hicieron en contra de mi voluntad. Para trasladarme desde mi pueblo, un par de hombres forzudos de bata blanca me inmovilizaron primero para luego colocarme la camisa de fuerza. Después me introdujeron en la ambulancia, donde me tumbaron sobre una camilla y me sujetaron con correas. Toda esta maniobra me había excitado tanto que sudaba y temblaba y me ahogaba. Los atados de la camisa de fuerza y las correas que me sujetaban a la camilla oprimían mi pecho. Respiraba ansiosa mente; con hambre de aire. Aquellos hombres iban sentados cerca de mis pies, sobre unos taburetes adosados a la carrocería de la ambulancia; hablaban de goles, jugadores y partidos de fútbol; indiferentes a mi persona. Las gotas de sudor que brotaban de mi frente y mi cara corrían cosquilleantes hasta mis labios; las recogí con la lengua y supe de su sabor salobre. Tenía sed. Pedí agua, pero no me hicieron caso. Una mosca se posó sobre el párpado de mi ojo izquierdo y me picó en el lagrimal; agité la cabeza (la única parte de mi cuerpo que podía mover) para espantarla, pero volvía una vez y otra a martirizarme; parecía como si fuera consciente de mi impotencia. Planeé una estratagema para librarme de ella: dejé la cabeza quieta y que recorriera mi cara, hasta que estuvo cerca de mis labios y, con un rápido movimiento, la apresé entre ellos espachurrándola; luego la escupí con repugnancia. No sé cuánto duró el viaje desde mi pueblo hasta el manicomio; por lo incómodo, el tiempo se me hizo interminable. Me llevaron a una habitación donde hicieron que me desnudara del todo; tuve que quitarme incluso los calzoncillos y los calcetines. No opuse resistencia porque sabía que no valdría de nada: los dos matones? gorilas? de bata blanca y corbata, que seguían conmigo, no me quitaban ojo. Me vestí y calcé con un pijama y unas zapatillas que me dieron. Sentado en una silla, resignado y hasta cierto punto tranquilo esperé acontecimientos. Los gorilas no se apartaban de mí. Al poco entró una enfermera que me traía leche fresca (leche fresca?) en un vaso de plástico y un par de madalenas. La leche la bebí con avidez; tenía la boca seca. No probé las madalenas. De aquella noche ya no recuerdo nada más; algo me darían con la leche de efecto inmediato. A la mañana siguiente otra enfermera me condujo al comedor para desayunar; es grande el comedor y estaba casi lleno de residentes; hombres y mujeres marcados por la locura o la estupidez. Algunas de estas personas hablaban animadamente, otras monologaban con incoherencia, las más permanecían calladas y ensimismadas. Después del desayuno vinieron los reconocimientos, consejos, pruebas, entrevistas y demás, en los que quienes las hacían tomaban nota con aspecto serio, grave....siniestro y sin hacerme ningún comentario; deduje que estaban rellenando mi ficha, clasificándome en un grupo o prototipo? bien determinado. Estos tres días han sido un ir y venir de una dependencia a otra y de uno a otro especialista. Hoy, esta mañana, me han dejado tranquilo; espero que dure. Y aquí estoy, sentado en un banco del jardín. Solo. Vigilado, rodeado pero solo. Cerca de mí, en otros bancos, hay más gente sentada; otros pasean por los caminos enarenados que serpentean entre los jardines; algunos se ven recostados sobre los altos muros que rodean todo el conjunto del Psiquiátrico, (Psiquiatrico? Carcel? Asilo?) como lagartos gigantes al sol de la mañana. Cuanto me rodea, en contra de su apariencia de serenidad y placidez, me desazona y deprime. ¿Qué hago yo aquí lejos de mi pueblo? ¿Por qué he sido apartado de mi entorno habitual, de mis valles, de mis laderas y montañas? ¿Qué peligro puedo representar yo, un viejo, para ser recluido si nunca hice ni intenté hacer mal a nadie? Aquí solo pueden conseguir que cambie de comportamiento, de orarios, de comida y del aire que ya empieza a faltarme, que la desesperación pueda llevarme a la violencia; a la violencia contra las cosas, contra los otros o contra mí mismo. Yo, tan pacífico siempre, que soporté injusticias sin protestar, esplotaciones y humillaciones sin rebelarme. Yo que sonreía despreciativamente ante el poderoso en el ejercicio de su poder y supremacía, viendo como se agrandaba mi estatura moral en la misma medida en que se empequeñecía la del tirano. Tal vez por eso estoy aquí; debía ser molesta mi presencia, o más que mi presencia mi actitud. Yo no encajaba en aquella especie de corte de medio pelo que es mi pueblo, plagada de bufones, lame culos y corruptos; de mediocres, de inmorales; de gentecilla innoble, sin propia estimación; de reidores de gracia de sal y grasa gorda; adoradores reverenciales del mal gusto, con bisagras engrasadas para las fáciles genuflexiones; caterva de mala ralea, sin personalidad ni prestigio, envidiosos, falsos, protervos, miserables, estrechos de culo; dispuestos a atacar a quien destaque a quien salga del lote y a despreciar cuanto ignoran. Debieron intuir que mis silencios y medias sonrisas, más que mis palabras porque bien poco hablo desde hace tiempo, podían ponerlos en evidencia, desenmascararlos. Bien; ya estarán tranquilos. Pero más censurable ha sido todavía la conducta de los indiferentes; de los que, pudiendo hacerlo, no han movido ni un dedo para evitar mi destierro. También ellos, por omisión, son cómplices culpables de la injusticia que se ha cometido conmigo; su cobardía los involucra. No hubo nadie que se comprometiera a mi favor. ¡Qué solo me siento! Solo de la peor de las soledades; de la soledad compañera del que le van mal las cosas; vendido por Judas, negado por Pedro, abandonado por su padre... ¿Dónde estaban los que decían ser mis amigos, las mujeres que me juraron amor, los parientes que llevan mi sangre...? Nadie!. Cuando de verdad lo necesitas no tienes a nadie!. Siempre fue igual y esto no hay quien lo cambie. A este convencimiento he llegado después de no tener ya todos estos años; porque es falso decir que se tiene la edad del tiempo transcurrido desde el nacimiento hasta el presente, por eso digo que ya no tengo tantos años. Con esa cifra sólo se mide el tiempo pasado; algo que no tiene marcha atrás ni rectificación posible. Lo que fue, fue; y ya no tiene remedio, ni para bien ni para mal. A pesar de todo, de nada me arrepiento; ni siquiera de mi ingenuidad, de esa ingenuidad que me hizo vulnerable a la mentira. Me han engañado desde los púlpitos y desde las tribunas políticas; de modo que no quiero que me cuenten más cuentos, porque a mí, como a León Felipe, me han contado ya todos los cuentos. Cada vez creo en menos cosas y he perdido definitivamente la esperanza. Aquí estoy, capturado y bendecido, anulado; esperando a la muerte liberadora. Yo debí haberme suicidado a los 24 años, fecha de mi primera gran crisis camino del frente; pero todavía entonces creí posible recuperar la ilusión pasado algún tiempo. No fue así. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero no en mi caso. Tal vez por eso, cuando ya no tuve 38 años, se me desencadenó la crisis total, la que les ha servido a ellos de justificación para estar donde estoy y como estoy, aquí clasificado, almacenado, suprimido, ignorado. Me dijeron que me internaban para curarme. ¿Para curarme de qué? ¿Del dolorido sentir? ¿De mi inconformismo?Si, de eso sera, mi inconformismo! No; no quiero que me curen de eso. Que me dejen así. Me niego a formar parte de la manada con piel de terciopelo. Prefiero, aunque sólo sea con la imaginación, volar en solitario, como la águilas. En manada van las ovejas o los cerdos y todos los animales que se dejan conducir. A mi me gusta ir contra corriente; ir a favor de la corriente es lo más fácil; sólo hay que dejarse llevar no importa a dónde. Pero a mí si me importa el final del recorrido, y tengo comprobado que los caminos fáciles no suelen llevar a lugares interesantes. Que me dejen con lo que los otros califican como mi locura o senilidad. Naturalmente no estoy de acuerdo con el diagnóstico; y que me digan que ningún loco reconoce estarlo no me vale ni me consuela. Dicen que la sociedad tiene que defenderse, y para ello dicta leyes; pero la sociedad está dirigida por los poderosos y sus cómplices, por eso las leyes no son más que la coartada legal para que la minoría se imponga sobre la mayoría. Y ellos mismos saben (no son tontos; son malvados pero no son tontos) que la sociedad es injusta, pero como beneficia a los que tienen cerdas en el corazón tratan de perpetuarla. A veces hacen alguna concesión en lo anecdótico para que nada cambie en lo fundamental. Es su táctica y les va bien; pero no todos nos dejamos engañar. Y como hay dos modos de protestar, uno de manera violenta y contra viento y mareas y leyes, y otro de manera pacífica y sutil, para los primeros se inventaron las cárceles y para los segundos los manicomios y asilos. Desde luego que no piensen que voy a estar aquí mucho tiempo; antes muerto. Prefiero la muerte a esto y algún modo encontraré para quitarme la vida. Ahora sólo me preocupa lo que puedan hacer con mi cadáver; no quiero tumba ni lápida, ni duelo ni funeral; no quiero coronas ni ramos de flores; no quiero llantos. Si pudiera elegir, preferiría que arrojaran mi cuerpo por un barranco para que sirviera de alimento a los buitres. Y cuando ya mis huesos estuvieran bien limpios y calcinados por el sol, que alguien los recogiera y los tirara al mar en un lugar profundo para que el tiempo los cubra de escaramujos y se integren y confundan con los roquedales del fondo por los siglos de los siglos.
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