El Trasgu
es un duende pequeño, de apariencia humana, que viste blusa
y gorro colorado y que suele ser cojo o tener la mano izquierda
agujereada. Su principal afición es molestar y gastar bromas
pesadas a los habitantes de la casa, romper cacharros, asustar
al ganado en las cuadras y hacer ruidos nocturnos por el desván.
El trasgu es un duende familiar, y es muy difícil deshacerse
de él. Algunas familias que se vieron obligadas a abandonar
sus casas por culpa del trasgu decidieron regresar al comprobar
que éste delataba su presencia en el carro de la mudanza
o que caminaba detrás de la recua con algún objeto
olvidado por la familia. Al trasgu le gusta ayudar ( a su manera
) en las labores del hogar, y la única forma de librarse
de él es encomendarle tareas imposibles, como coger agua
en un cesto, lavar una piel de oveja negra hasta que se vuelva
blanca o mandarle recoger un puñado de mijo esparcido por
el suelo, cuyo grano es tan menudo que se cuela por el agujero
que tiene en su mano izquierda.
En Asturias,
el trasgu recibe diferentes denominaciones según los lugares.
Así, se le conoce como el Trasno, el Cornín o xuan
dos Camíos, en la zona occidental, y como el Gorretín
Coloráu o el de la gorra Encarnada, en los concejos más
orientales. Las travesuras del Trasgo se repiten con distintas
variantes en numerosos pueblos y lugares de toda la Península,
y sus andanzas se evocan en obras clásicas de la literatura
española, como el Lazarillo de Tormes, los entremeses de
Cervantes o las comedias de Lope de Vega.
Durante los
siglos XVI y XVII, incluso teólogos de gran reputación
estaban convencidos de que los duendes eran una categoría
de demonios menores y domésticos. Numerosas actas de procesos
inquisitoriales muestran hasta qué punto estaba arraigada
su creencia entre todas las clases sociales, y de qué forma
la iglesia intentaba neutralizar su acción con reprobaciones
y exorcismos. Antonio de Torquemada dedicó un amplio tratado
de su Jardín de flores curiosas a los " fantasmas,
visiones, trasgos, en cantadores, hechizeros, brujas y saludadores
" donde describe ampliamente sus actividades. Según
Torquemada: " los trasgos no son otra cosa que unos demonios
más familiares y domésticos que los otros [...]
y así parece que algunos no salen de algunas casas, como
si las tuviesen por sus propias moradas, y se dan a sentir en
ellas, con algunos estruenos y regocijos, y con muchas burlas,
sin hacer daño ninguno: que aunque yo no daré testimonio
de haberlo visto, he oído decir a muchas personas de crédito
que los oyen tañer con guitarras, y con cascabeles, y que
muchas veces responden a los que llaman, y hablan con algunas
señales y risas, y golpes ".
Ya en el siglo
XVIII, la arraigada creencia en las actividades de los duendes
tendría su primer gran detractor en la figura de Fray Benito
Jerónimo Feijóo, quien dedicó todo un capítulo
del Theatro Crítico universal ( 1781 ) a refutar la existencia
de los " Duendes y espíritus familiares ". A
partir de entonces, y coincidiendo con el desarrollo de las ciencias
experimentales en el siglo XIX, cada vez fueron más las
voces de teólogos y científicos que rechazaron la
creencia en los duendes.
Sin embargo,
entre las clases más populares, no sólo de las áreas
rurales, sino también de las urbanas, esta creencia ha
seguido viva hasta la actualidad. pocos son los pueblos espaoles
donde no haya una casa que se haya creído habitada por
duendes. Y, al igual que sucede con los demás seres mitológicos,
el trasgu no sólo existe en España, sino que, bajo
diferentes apelativos, su figura es prácticamente universal.
Así, bajo los nombres de " lutin ", " follet
", " fantastique ", " Kobold ", "
nix ", " robin " o " puck " se le encuentra
también en numerosos lugares de Alemania, Francia, Italia
o Inglaterra, y las mismas travesuras que se refieren de él
entre nosotros se refieren también en otros pueblos.
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