Si el entrañable Obelix hubiera 
pasado por El Cuetu un día como ayer y, entre jabalí y jabalí, echado la vista a 
lo que bajaba por aquella carretera, lo habría dicho: «están locos estos 
lugonenses». Porque no era para menos. El descenso de autos locos volvió a ser 
uno de los grandes acontecimientos de la fiesta de Santa Isabel, tanto por su 
poder de convocatoria, como por la espectacularidad, imaginación y sentido del 
humor que demostraron los consumados pilotos que participaron en esta inusitada 
prueba no puntuable para el campeonato del mundo pero sí muy mundial. 
    Tomaron parte en la competición 
veinte vehículos de lo más variopinto. El perfecto competidor de los autos locos 
debe aunar imaginación, capacidad técnica, destreza y sentido del humor. Con 
todos estos ingredientes se puede ganar la prueba y hacer las delicias del 
público. 
Imaginación sobre ruedas
La competición de ayer era todo 
un catálogo de habilidades humanas. Había coches rematados hasta el último 
detalle y los había llenos de parches, monoplazas ergonómicos y apaños para 
varios ocupantes, vehículos veloces como rayos y auténticas tortugas rodantes. 
Pero lo más importante, que era la temática, la imaginación, el mensaje de los 
trastos, estaba muy bien repartido. 
Por una parte, era inevitable 
encontrarse con alusiones a la persona que va sobre ruedas más famosa de 
Asturias. Dos de los vehículos aludían a Fernando Alonso. Hubo, además, otro 
vehículo que osó desafiar a la fiebre azul: un Ferrari, probablemente el de 
Schumaker. 
La actualidad del año se dejó 
ver en un papamóvil preparado para la ocasión, con la leyenda 'Yo conduzco, él 
me guía', y plagado de imágenes de Benedicto XVI. Y junto al poder espiritual, 
el terrenal (o más bien marítimo) del barco del Rey, el 'Bribón', que en caso de 
avería o naufragio habría contado con la inestimable ayuda de David Hasselhoff, 
ya que el barco de los vigilantes de la playa bajaba por el asfalto como por 
encima de las olas de Malibú. 
Hubo, además, varias alusiones 
a María, no a la de «ven acá corriendo» sino a la otra, la que entre otros usos 
tiene el terapéutico. Por una parte, estaba el 'Rasta car', un vehículo con los 
colores de la bandera jamaicana, con un estrambótico rastafari a los mandos, y 
con algunas hojas pegadas y numerosas alusiones a la planta que hizo famosa a la 
isla caribeña. 
Librillo rodante 
El segundo ingenio en torno a 
la costumbre ilícita más arraigada entre los jóvenes era un librillo tamaño cama 
matrimonial en el que el piloto compartía espacio con el papel de arroz. Además 
de reivindicar lo que salta a la vista, el invento ostentaba su 'lugonismo' con 
una alusión nada amable al concejo de Siero. 
Las gradas naturales en que se 
convirtieron los terraplenes de El Cuetu se abarrotaron de gente dispuesta a 
reírse de lo lindo con los ingenios y, de paso, soltar algún 'huy' entre 
preocupado y decepcionado cuando algún vehículo parecía que iba a volcar pero 
terminaba por enderezarse. 
Estas pruebas se convierten en 
el único acontecimiento donde cobra su sentido más puro aquello de que lo 
importante es participar. Porque el cachondeo, y no la victoria, es el único 
objetivo de la carrera. Si, de paso, se lleva uno el premio, bienvenido sea. Y 
existe otra ventaja: no se hacen pruebas de alcoholemia y esto es siempre 
positivo, porque positivos iba a haber muchos, al menos por los restos del día 
anterior que quedaban en los cuerpos de algunos de los participantes. Que 
tampoco es para andar cuidándose.
Fuente de información: 
ElComercioDigital