Un centollo, en edad alevín, es
plancton. Forma parte de todo ese ejército de pequeños seres que pueblan las
aguas marinas y que a lo largo de millones de años han condicionado la ecología
del planeta. Porque el plancton es todo aquello que está flotando en el mar, los
animales que viven a la deriva, en suspensión, sin capacidad de compensar los
empujes de la corriente o de la gravedad. Dentro de esta categoría entran desde
bacterias hasta grandes medusas; de hecho, «el 95% de las especies que viven en
el mar tienen una fase de plancton».
Quien cuenta todo esto es Luis
Valdés, director del Centro Oceanográfico de Gijón. Desde la apertura del
centro, en el año 2001, la línea de investigación más sólida «es la ecología del
plancton», la base de la vida, la gasolina del mar. Un trabajo en el que el
organismo asturiano es referencia y sobre el que este mes ha publicado un
reportaje de doce páginas en la revista 'National Geographic'.
Pero para acceder a todo el
conocimiento que ofrecen los pequeños bichos hay que comenzar desde abajo. Los
trabajos empiezan a bordo de embarcaciones, desde las que se lanzan redes y se
toman muestras en distintas ubicaciones y a diferentes profundidades.
Luego, se estudian las muestras
y los animales que en ellas aparecen. ¿Cuál es la utilidad de todo esto? Valdés
señala que sus usos van «desde lo más próximo hasta lo más global». Dentro de la
primera categoría está «evaluar el estado de las pesquerías». Es decir, se
controla la densidad de alevines de diferentes especies, y sobre esta base se
establece la cantidad de toneladas que se pueden pescar. «Se evalúa el recurso,
la producción de huevos, la cantidad de alimento que hay en el mar y eso nos
ayuda a saber si las larvas podrán tener un índice de supervivencia alto».
Termómetro del planeta
Los estudios del plancton
también operan como termómetro de cuál es el estado del planeta, ya que se
utilizan «para ver la variabilidades naturales, los cambios climáticos». Los
datos hacen que este término deje de basarse en inconcreciones y se sostenga en
datos, pues «hay una tendencia decreciente de producción primaria», asegura
Valdés. «En el futuro habrá menos fitoplancton y menos biomasa de zooplancton».
O, lo que es lo mismo, el calentamiento de la Tierra fruto de las avalanchas de
sustancias contaminantes ya está empobreciendo el mar, base de la vida en el
planeta.
Para llegar a todas estas
conclusiones «hacemos series mensuales en todo el Cantábrico y tenemos otros
proyectos más al Norte». Pero no sólo se hace aquí. Decenas de centros
oceanográficos en todo el mundo estudian el estado de sus mares y océanos y
elaboran «series numéricas para conocer la variabilidad», es decir, la mayor o
menor cantidad de biomasa. Unos datos que, pasados los años, informarán de los
cambios operados en todo el planeta.
Y, sin necesidad de esperar
tanto, también revelan cómo ciertas especies avanzan en la colonización de
diferentes zonas. Por ejemplo la 'témora stylifera', «un crustáceo de origen
subtropical cuyas abundancias van aumentando en latitudes cada vez más al
Norte».
Pero, además de todo lo
anterior, conocer el plancton es conocer el motor de la vida en el mar. Es el
primer eslabón de la cadena trófica, el lugar desde donde surge la vida. El
origen es el fitoplancton, organismos vegetales que viven en la capa iluminada
del mar, allí donde llega la luz del sol y de la que necesitan para realizar la
fotosíntesis. De hecho, «el 90% de la vida marina se acumula en los primeros 50
metros de profundidad», explica Valdés. Luego, este fitoplancton sirve de
alimento al zooplancton, organismos animales, que a su vez alimentan a las
especies mayores, como las gustosas sardinas.
También se puede hablar de otra
clasificación: el holoplancton, organismos que durante toda su existencia forman
parte de la comunidad planctónica; y el meroplancton, que sólo pasan parte de su
existencia en esta situación. En esta última categoría se incluyen las larvas de
peces y de aquellos crustáceos, como el inicialmente mencionado centollo, que en
un momento de su existencia dejan de vagar a media agua para hacer del fondo
marino su hábitat. De hecho, estas especies usan su etapa planctónica, a la
deriva, para colonizar otras latitudes, a veces muy lejanas a los lugares de
puesta.
Estratos calizos
También es cierto que esa fase
de la vida a la deriva tiene sus riesgos. «Estos organismos son muy curiosos,
porque la diferencia entre vivir o morir es hundirse». Aunque no pueden luchar
contra las corrientes, sí desarrollan órganos que permiten su flotación a media
agua. Pero cuando esto no funciona y se van al fondo, sirven de alimento a los
animales bentónicos, aquellos que circulan sobre el suelo oceánico.
También es posible que en zonas
con gran cantidad de biomasa, como las desembocaduras de los ríos, ingentes
cantidades de plancton acaben depositándose en el fondo. Lo primero es la
formación de ese barro gelatinoso. Y, a partir de aquí, y tras millones de años,
surgen estratos calizos que acaban formando estructuras como los espectaculares
acantilados de Dover y Normandía.
O también puede ser que estos
fondos repletos de minúsculos cadáveres tengan pliegues, se formen bolsas y el
plancton sedimentado se pudra sin contacto con el oxígeno, lo que dará origen al
sapropel. Y el siguiente paso es la transformación de todo ese potingue en
codicioso petróleo. Es el equivalente en la tierra a los bosques y su
transformación, tras millones de años, en carbón.
La cosa es fácil de explicar,
pero el proceso requiere tiempo. «El hombre debe darse cuenta de que la materia
orgánica fosilizada es la mayor reserva energética del planeta», dice Luis
Valdés. «Y todas esas bolsas que se formaron durante millones de años casi las
hemos consumido en sólo un siglo y medio».
Fuente de información:
ElComercioDigital