El acoso escolar, asignatura en auge
Fecha Lunes, 23 mayo a las 17:42:34
Tema Actualidad


«No sabemos ni quién es ni qué hace ni nada de nada». Alba y Lucía tienen 17 años y estudian primero de Bachillerato en un instituto ovetense. Las dos saben que, en el centro, existe un orientador u orientadora, pero desconocen su identidad y su trabajo. Alba y Lucía sí han oído hablar de Jokin Ceberio, para todos, Jokin, el chaval de 14 años que el pasado septiembre se quitó la vida arrojándose al vacío desde la muralla de la localidad guipuzcoana de Hondarribia. Después de que, al menos, ocho de sus «compañeros» del instituto de Talaia -siete chicos y una chica, de los cuales algunos eran hijos de profesores- le sometiesen a vejaciones físicas y psíquicas sistemáticamente. Durante un año. Desde un día en que por problemas gastrointestinales no pudo controlar sus esfínteres en clase. Antes, los habían pillado fumándose un porro en el patio y lo acusaban de «chivato». Todos ellos acaban de ser condenados a 18 meses de libertad vigilada por un delito de maltrato. Además de esta pena, cuatro de ellos tendrán que pasar tres fines de semana en un centro educativo por una falta de lesiones.

La madre de Jokin, Mila, que habló de «linchamiento», había asegurado que la víspera de que el adolescente se quitara la vida vio que tenía «hematomas» y que, tras mucho insistir, su propio hijo le reconoció que los ocho «eran sus agresores». Por su parte, los imputados reconocieron ante la juez de menores que le insultaron y le dieron alguna colleja, pero intentaron exculparse alegando que era «algo generalizado». Es precisamente lo que se conoce como «bullying», acoso escolar o maltrato entre pares, un tipo de violencia dirigida, sistemática y planificada, violencia mental y física programada y reiterada en la que tanto víctima como victimario son menores.

«Muy mal, muy chungo» es todo lo que alcanzan a decir Alba y Lucía sobre el «caso Jokin» a la salida de clase, donde aseguran que no conocen ninguna situación similar, aunque no descartan que «pudiese pasar». De lo que sí están absolutamente seguras es de que, «si pasase, los profes no se enterarían». Así lo confirma un reciente estudio realizado por la Universidad Complutense de Madrid, que detalla que «el 34,6 por ciento de los alumnos nunca pediría ayuda al profesorado si sufriera acoso».

«Hombre, sí que hay cosas en plan coña, pero no a machacar», reconocen las dos amigas, que también constatan la existencia de grupos claramente diferenciados dentro del centro. Que no se enfrentan «a no ser que pase algo grave y se lleven muy mal», que, incluso, a veces, «se relacionan».

Nieves Llaneza, jefa de estudios del IES Alfonso II de Oviedo, explica que el pasado curso se produjo un problema similar «con un niño», pero que en general «no son frecuentes». Sin embargo, los expertos consultados la contradicen: aseveran que prácticamente todos los estudiantes de España han presenciado o conocen un caso de este tipo. Así, el informe de la Complutense estima que el 23,9 por ciento de los adolescentes padece «bullying», el 21 por ciento de los cuales reconoce sufrir una agresión psicológica de exclusión y rechazo, mientras que el 2,9 por ciento asegura ser víctima de situaciones más graves que desembocan en agresiones físicas.

Los protagonistas de esta forma de violencia suelen ser varones con edades comprendidas entre los 13 y los 15 años que recurren a la violencia como método de reafirmación. En esa franja de edad lleva trabajando casi una década el programa de prevención de conductas violentas en jóvenes de Cruz Roja de Asturias. Su responsable, Paula Gómez, puntualiza que «los chavales de 14 años, en plena adolescencia, suelen ser los más conflictivos, y ellos más que ellas». Otra de sus conclusiones, aunque «sin ánimo de generalizar con un tema tan sensible», es que «se detectan más casos de violencia en los centros públicos que en los privados».

Desde 1998, los voluntarios de Cruz Roja han trabajado ya con 15.500 jóvenes en más de 750 intervenciones en institutos de todo el Principado en las que «se incide en cuestiones como la autoestima y ciertas habilidades sociales y comunicativas como la empatía o la escucha activa». Aunque, «en comparación con otras comunidades como Madrid, Asturias todavía está en pañales en experiencias de este tipo», señala Gómez, la institución cada vez tiene más demanda de centros asturianos para trabajar con alumnos y profesores. Respecto a los perfiles de estos niños, la psicóloga clínica mierense Natalia Suárez precisa que en la víctima prevalece la baja autoestima. «Suelen ser dependientes, tímidos, influenciables, inseguros y diferentes por cualquier motivo. Se sienten confusos y se culpabilizan por lo que está pasando». Incluso, a veces, «llegan a justificar la situación».

En cuanto al acosador, quien intimida y tiraniza, el típico valentón o matón, «no está integrado, porque los demás niños le tienen miedo y fuera de su grupo es rechazado». Se trata, según esta psicóloga, de niños conflictivos, controladores, manipuladores, con habilidades de comunicación, líderes de un grupo que, frecuentemente, se salta los límites establecidos y que intenta aislar a las víctimas».

Asegura Suárez que estos adolescentes «no se conforman con machacarlo, sino que les interesa que no tengan amigos ni otros focos sociales donde apoyarse». Tampoco se sienten culpables, «sino que lo ven como una forma de relacionarse». A veces, incluso, «se da la paradoja de que las víctimas acaban integrándose en el grupo del agresor». Otra orientadora de un centro asturiano, que quiere mantenerse en el anonimato, reconoce que «sí se dan casos de una especie de chantaje verbal sin llegar a las agresiones físicas, del tipo: "Como le digas esto a un profesor, te la vas a cargar cuando salgamos"».

Mientras, uno de los tres fiscales de menores de Asturias, Jorge Fernández Caldevilla, apunta: «En Asturias no hemos tenido conocimiento de ningún asunto de acoso escolar extremadamente grave». Aunque «sí hay denuncias», prosigue, «referidas a muchos problemas en los colegios, pero, por desgracia, entran dentro de lo habitual».

El fiscal refiere que este tipo de situaciones «se soluciona generalmente a través de una conciliación». Para «darle un toque de atención al promotor o promotores de los hechos» se contrató hace un año a una experta en resolución de conflictos que, supervisada por la Dirección General de Justicia del Principado, está al frente de un programa de mediación extrajudicial. Patricia Fernández Frutos cuenta que «se trata de una solución para cuando hay un hecho presuntamente delictivo y los menores han cometido una falta leve y no tienen antecedentes». Entonces, la fiscalía, en lugar de iniciar un proceso judicial, les deriva el caso, «porque los equipos técnicos del Juzgado no daban abasto», precisa, por su parte, Caldevilla. Actualmente, unos 40 expedientes esperan para seguir este proceso de mediación extrajudicial, aunque, según puntualiza su responsable, «se trata de casos puntuales, no de violencia reiterada, o también de coacciones en grupo que no pueden ser calificadas como "bullying"».

La rutina consiste en realizar entrevistas con los menores o con sus padres, de las que dependerá, luego, el tipo de mediación. En primer lugar, se realiza una valoración individual, a la que puede seguir un acto de conciliación entre las dos partes a través de una sesión de mediación reglada. «Se trata de poner en contacto a la víctima con el agresor para que sean ellos mismos quienes arreglen sus diferencias», explica Fernández Frutos. Después, se puede optar por un acto de reparación directa de los hechos o por una indirecta, de tipo moral, mediante un trabajo para la comunidad. En lo que sí abunda Frutos, como la mayoría de los terapeutas consultados, es en la importancia de la educación, tanto en el ámbito familiar como en el contexto educativo, que «tiene mucho que decir».

Antonio Soto, presidente de la Federación de Padres de Alumnos «Miguel Virgós», lo confirma: «El asunto, que en ocasiones va asociado al fracaso escolar, ha despertado muchísima preocupación en la comunidad escolar asturiana, así que, aunque nos gustaría verlo como algo aislado, lo cierto es que se está produciendo y ya conocemos a varios padres afectados». «Sin pretender ser alarmistas», reclaman «vigilancia extrema» en todos los centros del Principado. «Para que nadie más tenga que pasar por lo que pasó Jokin».

Fuente de información: lne





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