En demasía dados somos a
asociar la palabra broma a la palabra diversión, como si esta última fuese la
única definición de aquélla, y se deja a un lado que, con harta frecuencia, la
chanza cae como una pesada maza sobre quien es objeto de ella. Y se recurre a
frases hechas: 'pero si es sólo una broma'; un mazazo más, que exige de la
persona burlada que se ría de sí misma en semejante situación y que invite a que
ésta sea un acto repetido.
Ayer empezó el juicio en San
Sebastián contra ocho adolescentes como presuntos responsables del suicidio de
un compañero de colegio. Demasiado lejos y demasiado cerca. Y no es necesario
volver a la infancia o a la adolescencia para vislumbrar escenas en las que la
única mueca reproducía la frase 'cosas de niños', para torcer el gesto, dejando
atrás la primera muestra, no de ortografía ni exhibición matemática, sino una
primera prueba de crueldad humana: 'cosas de niños'.
En los últimos días aquí mismo,
en un colegio de Langreo, unos escolares entre la niñez y la adolescencia,
mimesis de adultos graciosos, decidieron que un compañero debía aprender una de
las inaugurales lecciones de su vida, y ni literatura, en los días en que tanto
tiempo le han dedicado, ni eso que ahora llaman conocimiento del medio, eran el
tema elegido, o tal vez sí, y que hayan recurrido a algún fragmento de libro de
terror, y, al mismo tiempo, mostrarle el medio que le rodea: mediante cuerda que
además de ilusiones atara su cuerpo y fuego que además de expresión quemara su
ropa escolar.
Y desgraciadamente no es un
hecho aislado. En cada patio de colegio, se repiten estas 'chiquilladas'. 'Hay
que ser fuertes y aguantar los golpes de la vida, y cuanto antes se empiece,
mejor', dicen los adultos responsables, modelos a seguir, hombres y mujeres a
imitar, por su grandeza y dureza de espíritu, si eso existiera, disculpa
perfecta para continuar con las 'bromas pesadas' en la seria madurez: juego de
niños entre adultos.
Parece que se está creando una
generación más de personas fuertes, ante la mirada ausente de todos, sean
profesores o cada uno de nosotros. Y retiramos la mirada: para qué involucrarse,
para qué decir que algo va mal, para qué preocuparse por la violencia - y no
hablamos de puñetazos, no sólo- incluso en las escuelas. La sociedad se llena la
boca hablando de recursos para evitar desenlaces trágicos. Y los recursos
después de un discurso quedan en carpetas, archivados, igual que las 'bromas
pesadas'.
Escrito por Teresa Martín
Fuente de información:
ElComercioDigital