Las montañas cantábricas
Fecha Sábado, 12 marzo a las 21:14:15
Tema Articulos Variados


Ramón Sordo Sotres, etnógrafo y lingüista, es el estudioso que mejor conoce el concejo oriental comprendido entre los ríos Aguamía y Cabra, en el que se ha instaurado la portentosa Marbella del Norte, con cierto toque mariachi, por lo demás inevitable. A punto de ser destruido todo el concejo en beneficio de la especulación inmobiliaria salvaje, no quedará en él rastro de su pasado, de sus usos y costumbres, de sus edificaciones antiguas o rurales si no es en las páginas de este investigador dedicado a las cosas de su pueblo y de los lugares de su entorno, sobre los que ha escrito un número considerable de libros, que abarcan la mitología («Mitología de Asturias y Cantabria entre los ríos Sella y Nansa», «Mitos de la naturaleza en Asturias y Cantabria», «Mitos asturianos poco conocidos»), la etnografía («Historias y costumbres», «Tradiciones curiosas de Asturias»), la lingüística («Notas gramaticales y toponimia no latina en Asturias, Cantabria, León y Palencia»), y, además de otros trabajos más específicos, como un vocabulario de su pueblo y unos datos sobre la cultura del mencionado lugar, la voz de alarma ponderada, preocupada y documentada («Concejos entre el Sella y el Deva: ¿Expolio o conservación?»).

Otra faceta de su interesante labor cultural y literaria es la de escritor montañero, en la línea de Lueje o Bernardo Canga, con obras «para llevar en la mochila», como «Picos de Europa. Macizo oriental» o «Picos de Europa. 76 rutas». A este aspecto de su labor añade otro breve pero útil libro, «Las montañas de la cornisa cantábrica. Recomendaciones para conocerlas» (Colección La Llambria, Gijón, 2003), de tamaño igualmente adecuado para que el montañero lo incorpore a su mochila y así, gracias a él, no se pierda por el monte.

Existe una especie de montañero osado, contra la que nos pone en guardia Alberto Polledo constantemente, que va por el monte como si lo hiciera por el pasillo de su casa, y en tal inconsciencia incurren tanto el montañero que cree que lo sabe todo sobre el monte como el turista ignorante, que está convencido de que todo lo que pisa es Madrid. El exceso de confianza del montañero avezado y la ignorancia del urbanícola pueden resultar por igual peligrosas. Sordo Sotres, al comienzo de su libro, clasifica a los que recorren las montañas en dos grandes grupos, habida cuenta que un pastor nunca será un montañero, aunque un montañero, por mucha afición que le tenga a la montaña, nunca podrá saber tanto de ella como un pastor, y por mucho que en la actualidad haya muchos más montañeros que pastores. Esta clasificación obedece a motivos económicos: hay quienes recorren las montañas por razones de trabajo (pastores, guardas, guías, biólogos, toponimistas, etcétera) y otros «para pasarlo bien», y entre éstos son mencionados los espeleólogos, los escaladores, los amantes de la nieve y el hielo, los «atletas de la montaña» («cuyo objetivo prioritario es culminar una ruta en el menor tiempo posible»), y, en fin, los montañeros («grupo al que básicamente están dedicadas las recomendaciones contenidas en esta obra»). Los pertenecientes al primer grupo, los que andan por las montañas para ganar su pan, no necesitan ser aconsejados, porque son profesionales. Este libro está concebido, por tanto, para el aficionado, o para quien desee aprender algunas peculiaridades de las montañas cantábricas sin ser cofrade de la estirpe de «místicos menores» de los montañeros. Un capítulo de este libro se dedica a la mentalidad del montañero. En él se especifican las cualidades que debe tener un guía ideal: veteranía, falta de arrogancia, conocimiento de la ruta, prudencia, e incluso dotes diplomáticas. Yo añadiría como virtud muy estimable que el montañero no sea cursi, ni dado a la retórica vacía. Recuerdo cierta vez que fui de monte con varios compañeros de Universidad, y apenas podíamos caminar, tronchándonos de risa por las bobadas que se le iban ocurriendo ante el paisaje a un conocido medievalista.

Sordo Sotres, como escritor, es todo lo contrario del retórico. Es claro, casi seco. Comienza describiendo las montañas cantábricas, que no sobrepasan los 2.651 metros, aunque «las cumbres son numerosas».

Dedica otros capítulos a la marcha, al equipo y material del montañero (imprescindible que sea de poco peso), a los cambios atmosféricos, a los aspectos lingüísticos y étnicos de la comarca, cuyo futuro es incierto por el incremento del turismo, monstruo devorador de la naturaleza. Por eso se incluye también un capítulo sobre la conservación de la montaña: pues no se crea que todos los montañeros son igualmente respetuosos con lo que tanto dicen amar.

Fuente de información: LaNuevaEspana







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