Ramón Sordo Sotres, etnógrafo y
lingüista, es el estudioso que mejor conoce el concejo oriental comprendido
entre los ríos Aguamía y Cabra, en el que se ha instaurado la portentosa
Marbella del Norte, con cierto toque mariachi, por lo demás inevitable. A punto
de ser destruido todo el concejo en beneficio de la especulación inmobiliaria
salvaje, no quedará en él rastro de su pasado, de sus usos y costumbres, de sus
edificaciones antiguas o rurales si no es en las páginas de este investigador
dedicado a las cosas de su pueblo y de los lugares de su entorno, sobre los que
ha escrito un número considerable de libros, que abarcan la mitología
(«Mitología de Asturias y Cantabria entre los ríos Sella y Nansa», «Mitos de la
naturaleza en Asturias y Cantabria», «Mitos asturianos poco conocidos»), la
etnografía («Historias y costumbres», «Tradiciones curiosas de Asturias»), la
lingüística («Notas gramaticales y toponimia no latina en Asturias, Cantabria,
León y Palencia»), y, además de otros trabajos más específicos, como un
vocabulario de su pueblo y unos datos sobre la cultura del mencionado lugar, la
voz de alarma ponderada, preocupada y documentada («Concejos entre el Sella y el
Deva: ¿Expolio o conservación?»).
Otra faceta de su interesante
labor cultural y literaria es la de escritor montañero, en la línea de Lueje o
Bernardo Canga, con obras «para llevar en la mochila», como «Picos de Europa.
Macizo oriental» o «Picos de Europa. 76 rutas». A este aspecto de su labor añade
otro breve pero útil libro, «Las montañas de la cornisa cantábrica.
Recomendaciones para conocerlas» (Colección La Llambria, Gijón, 2003), de tamaño
igualmente adecuado para que el montañero lo incorpore a su mochila y así,
gracias a él, no se pierda por el monte.
Existe una especie de montañero
osado, contra la que nos pone en guardia Alberto Polledo constantemente, que va
por el monte como si lo hiciera por el pasillo de su casa, y en tal
inconsciencia incurren tanto el montañero que cree que lo sabe todo sobre el
monte como el turista ignorante, que está convencido de que todo lo que pisa es
Madrid. El exceso de confianza del montañero avezado y la ignorancia del
urbanícola pueden resultar por igual peligrosas. Sordo Sotres, al comienzo de su
libro, clasifica a los que recorren las montañas en dos grandes grupos, habida
cuenta que un pastor nunca será un montañero, aunque un montañero, por mucha
afición que le tenga a la montaña, nunca podrá saber tanto de ella como un
pastor, y por mucho que en la actualidad haya muchos más montañeros que
pastores. Esta clasificación obedece a motivos económicos: hay quienes recorren
las montañas por razones de trabajo (pastores, guardas, guías, biólogos,
toponimistas, etcétera) y otros «para pasarlo bien», y entre éstos son
mencionados los espeleólogos, los escaladores, los amantes de la nieve y el
hielo, los «atletas de la montaña» («cuyo objetivo prioritario es culminar una
ruta en el menor tiempo posible»), y, en fin, los montañeros («grupo al que
básicamente están dedicadas las recomendaciones contenidas en esta obra»). Los
pertenecientes al primer grupo, los que andan por las montañas para ganar su
pan, no necesitan ser aconsejados, porque son profesionales. Este libro está
concebido, por tanto, para el aficionado, o para quien desee aprender algunas
peculiaridades de las montañas cantábricas sin ser cofrade de la estirpe de
«místicos menores» de los montañeros. Un capítulo de este libro se dedica a la
mentalidad del montañero. En él se especifican las cualidades que debe tener un
guía ideal: veteranía, falta de arrogancia, conocimiento de la ruta, prudencia,
e incluso dotes diplomáticas. Yo añadiría como virtud muy estimable que el
montañero no sea cursi, ni dado a la retórica vacía. Recuerdo cierta vez que fui
de monte con varios compañeros de Universidad, y apenas podíamos caminar,
tronchándonos de risa por las bobadas que se le iban ocurriendo ante el paisaje
a un conocido medievalista.
Sordo Sotres, como escritor, es
todo lo contrario del retórico. Es claro, casi seco. Comienza describiendo las
montañas cantábricas, que no sobrepasan los 2.651 metros, aunque «las cumbres
son numerosas».
Dedica otros capítulos a la
marcha, al equipo y material del montañero (imprescindible que sea de poco
peso), a los cambios atmosféricos, a los aspectos lingüísticos y étnicos de la
comarca, cuyo futuro es incierto por el incremento del turismo, monstruo
devorador de la naturaleza. Por eso se incluye también un capítulo sobre la
conservación de la montaña: pues no se crea que todos los montañeros son
igualmente respetuosos con lo que tanto dicen amar.
Fuente de información:
LaNuevaEspana