Asturias Siglo XXI: Cangas del Narcea, regreso a la realidad
Fecha Martes, 25 abril a las 00:31:48
Tema Asturias


El «gigante» del Suroccidente vuelve a sus recursos tradicionales, paisajísticos y agroalimentarios, tras la acelerada extinción de la tercera cuenca minera de Asturias.

En Cangas del Narcea, la población de mineros y de osos ha entrado en franca convergencia. Osos, al alza: 140 en el Suroccidente, última cifra optimista del Principado. Mineros cangueses, a la baja: 300 donde hubo más de 2.000. El concejo cangués ha dejado de ser minero. Y menos que lo será. Se desmaquilla, no gasta ya ese rímel que llevan al salir los hombres curtidos en la antracita. Cangas tiene otra cara.

Para vérsela se puede echar una ojeada a la Ribeira Sacra. En esta comarca gallega a caballo entre Orense y Lugo se abrió hace dos años el parador nacional de Santo Estevo. Cangas del Narcea espera la construcción -como agua de mayo para su desarrollo económico- de otro parador nacional, el que se ubicará en San Juan Bautista de Corias. Los paradores de Santo Estevo y Corias son gemelos: ocupan un monasterio de origen benedictino y están enmarcados por escarpadas tierras de viñedos.

¿Pero es realmente pertinente el paralelismo? Directores de varios paradores nacionales no tienen ninguna duda. Aseguran -da la impresión de que se jugarían su empleo- que las cifras de ocupación serán muy parecidas. Para hacer la apuesta no se sustentan en la similitud de piedra monacal y vid. Lo hacen sobre el perfil del cliente característico de esta red de establecimientos para huéspedes de poder adquisitivo medio-alto, un turista especialmente fiel y que recorre España de parador en parador.

Según esta creencia, los datos de Santo Estevo son un anticipo de lo que será Corias: en los ocho primeros meses de apertura ha servido 30.000 comidas y ha alojado a 27.000 personas. La ocupación media ha sido del 65 por ciento. Con 77 habitaciones (Corias tendrá 90) da trabajo a medio centenar de personas y ha generado un incremento del 25 por ciento en las cifras de negocio de otros establecimientos turísticos de la zona, según precisa Julio Castro, director del parador de la Ribeira Sacra.

Alberto San Sebastián dirige el parador nacional de Cangas de Onís. Ha trabajado en otros seis establecimientos de la red y asegura que, en todos los casos, se han cumplido los objetivos previstos. Son estos tres mandamientos del organismo Paradores Nacionales: recuperar patrimonio, dinamizar turísticamente la comarca donde se implanta y actuar como motor económico. «A Cangas del Narcea le ha tocado otra vez la lotería. Se lo dije al Alcalde cuando se presentó el proyecto», sentencia en alusión al gordo del «Niño» de 1993, que dejó unos 5.000 millones de pesetas en el concejo cangués y otros tantos en Ibias.

Esta visión optimista la redondea Manuel Vieites, actual director del parador de Segovia y anterior responsable del establecimiento de San Pedro de Villanueva, en Cangas de Onís: «Con la apertura del parador de Lerma se generó en un año un 60 por ciento de visitas que no tenía antes la zona. Si trasladamos la situación a Cangas del Narcea, se puede imaginar que la dinamización que se ha hecho de la zona ha sido muy importante».

¿Caben más comparaciones entre Cangas del Narcea y la Ribeira Sacra a la hora de buscar un camino de futuro? Sí. Está el vino. La comarca gallega ha sustentado parte de su desarrollo en la recuperación de sus caldos, con denominación de origen desde 1993. Ángel Barrero, el primer presidente de la Asociación de Productores de Vino de Cangas (Aprovican) y uno de los padres del renacimiento de los caldos del suroccidente asturiano, recuerda que fue en una visita a la Ribeira Sacra cuando se percataron de que tenían en sus manos la recuperación de unos caldos que llegaron a obtener, en la última década del siglo XIX, distinciones de carácter internacional. «Cuando, en 1996, vimos aquellos viñedos en bancales, en una zona de montaña como nosotros, nos preguntamos: ¿Y por qué no podemos hacer lo mismo nosotros en Cangas del Narcea?». En ello están. Y si llegaran a equipararse a la Ribeira Sacra en volumen de producción, ya podrían darse con un canto en los dientes. En esta comarca gallega hay 99 bodegas y 1.242 hectáreas en producción. En el Suroccidente, hay seis bodegas acogidas a la indicación geográfica protegida (IGP) Vino de la Tierra de Cangas y 29,1 hectáreas en producción.

Si fuera que la Ribeira Sacra es el anticipo de lo que va a llegar a Cangas, entonces aquí pintan oros.

Pero, ya saben: el futuro, qué será, será. Por eso vale más quedarse en el presente. Y para leer el presente, para ver cómo está hoy Cangas del Narcea, hay que darse un paseo por el barrio ovetense de La Corredoria.

En este núcleo, que en los años noventa comenzó a florecer hasta convertirse en la sexta «ciudad» de Asturias junto con Lugones, se ha asentado al menos medio centenar de familias canguesas. Hoy forman una colonia notoria dentro del barrio. Tienen una bolera donde practican la variedad bolística local: el pasabolo vaqueiro.

Pero hay mucho más en común que la afición por los bolos de sus maridos. Dan el mismo perfil: son los mineros que a finales de los años noventa fueron prejubilados con, al menos, 42 años. Ellos y sus familias se transplantaron al centro de Asturias en pos de un futuro mejor para sus hijos, en la suposición de que les acercaban a la Universidad y a las principales bolsas de empleo de la región.

Los prejubilados cangueses de La Corredoria, y otros muchos establecidos en otros barrios de Oviedo y Gijón, son el efecto indeseado del ajuste minero, el «daño colateral» de una reconversión que dio un giro radical al esplendoroso rumbo económico de Cangas del Narcea. «Fue una reconversión rápida, que nos pilló por sorpresa, llegó casi sin avisar. En los años ochenta había, en números redondos, 2.000 personas empleadas en la minería, y hoy sólo quedan unos 300 mineros en Cangas», resume José Manuel Cuervo, el socialista que ha regido los destinos del concejo cangués en los últimos veinte años.

En Cangas del Narcea había más de una decena de explotaciones. Hoy quedan dos: Carbonar (unos 200 empleados) y Coto Minero del Narcea (en torno a 100 empleados). La mina «capitana», Antracitas de Gillón, que tuvo una plantilla que sobrepasaba el millar de empleados -muy bien pagados, además-, cerró en noviembre de 2005 y con ella se dio cerrojazo a toda una época.

Esta época: «La coñá y los cubalibres rodaban por el mostrador», recuerda con humor José Ruitiña, que por entonces formaba parte del comité de empresa de Antracitas y posteriormente fue, en la década de los noventa, secretario comarcal de UGT. «Hoy esa cultura cambió», añade Ruitiña. «No sólo porque hay menos dinero. Es que la cultura cambió».

Todo ha cambiado. Las minas cerraron y los prejubilados emigraron. El golpe económico y poblacional lo tienen bien analizado los comerciantes y pequeños empresarios cangueses de servicios, que conforman, junto con la ganadería y la minería, una de las tres patas clave en el «tayuelu» de la economía canguesa. Joaquín Fernández, portavoz de la asociación Apesa, lo resume así: «En los últimos veinte años hemos perdido el 25% de la población y, al ser la mayoría prejubilados, nos hemos quedado sin las familias de alto poder adquisitivo. Hemos perdido un 35% de los ingresos o de la capacidad comercial». Son datos derivados del plan estratégico elaborado por los comerciantes para buscarse un futuro sin el dinero que la minería allegaba a sus cajas registradoras.

A Cangas le cayó encima un pesado «costeru», pero no falleció a consecuencia de este accidente minero. Su condición de concejo poblacionalmente «corpulento» le permitió aguantar el tirón. A sus vecinos de Ibias y Degaña, con menos de 2.000 habitantes, les tocó la peor parte. El mordisco de la reconversión minera resultó casi mortal en el censo y en las perspectivas de futuro de quienes se han quedado.

Como toda su comarca, el concejo cangués pierde población. Desde principios de siglo, 8.300 habitantes menos. Pero mantiene su preeminencia comarcal. Es el más poblado del Suroccidente, con 15.672 habitantes. Tiene también un importante dato a su favor. Ocupa el puesto número 10 en el «top» de los concejos con la población más joven de Asturias.

El agotamiento del ciclo del carbón está en el origen del despoblamiento, la gran dolencia de Cangas. Pero, precisamente, gracias a la mina, a los habitantes y riqueza que arrastró, el municipio cangués se consolidó como cabecera administrativa comarcal. Allí se establecieron importantes servicios públicos: instituto, hospital, consejerías, Hacienda... «Y ése fue el colchón amortiguador, si no el golpe poblacional hubiera sido mucho mayor», subraya José Manuel Cuervo. El instituto de Enseñanza Secundaria, con una plantilla de 106 profesores y 850 alumnos de toda la comarca suroccidental, y el hospital, con unos 250 empleados, son, hoy en día, las industrias más importantes del concejo.

La oficina, la consulta, el aula, dan mucho trajín. «Ya estamos notando un auge del turismo, pero Cangas es servicios. Y ahora mismo vive de los pueblos», apunta Carlos Fernández Pardo, de 34 años, propietario de un hotel rural en Genestoso, abierto hace nueve años. Fue uno de los pioneros del turismo en el concejo y pone el dedo en la llaga sobre otro de los fenómenos clave en la actualidad del municipio de mayor extensión de Asturias (823 kilómetros cuadrados) y con 283 pueblos.

Cangas vive de los pueblos, de sus infinitas aldeas. Lo nota el comercio de la villa. Pero también la construcción, que, si no llega al furor de los buenos años de la minería, sí se mantiene gracias a las personas de la tercera edad que se compran un piso en la capital municipal para pasar allí sus últimos días, con todo más a mano. Sobre todo, el hospital.

Además, se está registrando un retorno a Cangas de personas jubiladas que, a mediados de siglo, emigraron a Madrid y a otras capitales de España.

Ese flujo, nutrido económicamente por las jubilaciones, es, por decirlo de alguna manera, una reserva económica de la que ir tirando mientras otros sectores económicos toman cuerpo. Pero esta preponderancia del jubilado también entraña un peligro. El regidor cangués, José Manuel Cuervo, ve también la otra cara de la moneda. Cangas tiene un 21 por ciento de su población por encima de los 65 años. Habrá muchos ancianos solos en muchos pueblos. Y será necesario incrementar los recursos públicos para atenderlos. Y los recursos son limitados.

Así están las cosas: «Cangas del Narcea vuelve a su realidad. La mina nos permitió ser cabecera de servicios y nos trajo mucho movimiento de dinero, pero, a la vez, de ese dinero no quedó nada. Pasó. Incluso fue poco valorado. Según venía, iba». Quien hace esta cruda valoración es Carmen Rodríguez, la canguesa que preside la asociación de Mujeres Campesinas.

«La realidad» de Cangas es todo lo que estaba allí antes de la mina, lo que siempre estuvo allí: el vino y una naturaleza de indudable tirón turístico, que ya está rindiendo sus frutos al hilo del parque de las Fuentes del Narcea. También estaban ahí los bosques y las vacas.

Pero eso habrá de trabajárselo. El sector forestal -el eterno El Dorado que nunca llega- está seriamente lastrado por el peculiar sistema de propiedad de los montes cangueses, el llamado «común proindiviso», que obliga a llegar a un acuerdo entre todos los propietarios con participación en esa parcela indivisible para el desarrollo de cualquier plantación forestal con criterios de rentabilidad. Y muchos propietarios están muertos.

Las vacas aún mandan mucho. Cangas es todo carne. Es una potencia hegemónica en la producción de canales con la etiqueta de «ternera asturiana». Hay más vacas que paisanos: 24.145 reses. Pero la silenciosa reconversión del campo también está pasando factura. Desde 1998 cerraron 274 explotaciones. Y más que lo harán. En el sector, todo es pesimismo.

Carmen Rodríguez vive en el palacio de Ardaliz, en Limés. Ha rehabilitado una parte de este edificio de los siglos XVII-XVIII como alojamiento de turismo rural. Por fuera sigue siendo el mayorazgo fundado en 1653, donde campea el escudo de los Queipo de Llano. Por dentro, decorado a la última, bien pudiera ser un piso en Manhattan. Dice su propietaria que Cangas vuelve a la realidad. Pero, para entrar en el siglo XXI, se reinterpreta.

Escrito por Eduardo Lagar

Fuente de información: lne







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