En Cangas del Narcea, la
población de mineros y de osos ha entrado en franca convergencia. Osos, al alza:
140 en el Suroccidente, última cifra optimista del Principado. Mineros cangueses,
a la baja: 300 donde hubo más de 2.000. El concejo cangués ha dejado de ser
minero. Y menos que lo será. Se desmaquilla, no gasta ya ese rímel que llevan al
salir los hombres curtidos en la antracita. Cangas tiene otra cara.
Para vérsela se puede echar una
ojeada a la Ribeira Sacra. En esta comarca gallega a caballo entre Orense y Lugo
se abrió hace dos años el parador nacional de Santo Estevo. Cangas del Narcea
espera la construcción -como agua de mayo para su desarrollo económico- de otro
parador nacional, el que se ubicará en San Juan Bautista de Corias. Los
paradores de Santo Estevo y Corias son gemelos: ocupan un monasterio de origen
benedictino y están enmarcados por escarpadas tierras de viñedos.
¿Pero es realmente pertinente
el paralelismo? Directores de varios paradores nacionales no tienen ninguna
duda. Aseguran -da la impresión de que se jugarían su empleo- que las cifras de
ocupación serán muy parecidas. Para hacer la apuesta no se sustentan en la
similitud de piedra monacal y vid. Lo hacen sobre el perfil del cliente
característico de esta red de establecimientos para huéspedes de poder
adquisitivo medio-alto, un turista especialmente fiel y que recorre España de
parador en parador.
Según esta creencia, los datos
de Santo Estevo son un anticipo de lo que será Corias: en los ocho primeros
meses de apertura ha servido 30.000 comidas y ha alojado a 27.000 personas. La
ocupación media ha sido del 65 por ciento. Con 77 habitaciones (Corias tendrá
90) da trabajo a medio centenar de personas y ha generado un incremento del 25
por ciento en las cifras de negocio de otros establecimientos turísticos de la
zona, según precisa Julio Castro, director del parador de la Ribeira Sacra.
Alberto San Sebastián dirige el
parador nacional de Cangas de Onís. Ha trabajado en otros seis establecimientos
de la red y asegura que, en todos los casos, se han cumplido los objetivos
previstos. Son estos tres mandamientos del organismo Paradores Nacionales:
recuperar patrimonio, dinamizar turísticamente la comarca donde se implanta y
actuar como motor económico. «A Cangas del Narcea le ha tocado otra vez la
lotería. Se lo dije al Alcalde cuando se presentó el proyecto», sentencia en
alusión al gordo del «Niño» de 1993, que dejó unos 5.000 millones de pesetas en
el concejo cangués y otros tantos en Ibias.
Esta visión optimista la
redondea Manuel Vieites, actual director del parador de Segovia y anterior
responsable del establecimiento de San Pedro de Villanueva, en Cangas de Onís:
«Con la apertura del parador de Lerma se generó en un año un 60 por ciento de
visitas que no tenía antes la zona. Si trasladamos la situación a Cangas del
Narcea, se puede imaginar que la dinamización que se ha hecho de la zona ha sido
muy importante».
¿Caben más comparaciones entre
Cangas del Narcea y la Ribeira Sacra a la hora de buscar un camino de futuro?
Sí. Está el vino. La comarca gallega ha sustentado parte de su desarrollo en la
recuperación de sus caldos, con denominación de origen desde 1993. Ángel
Barrero, el primer presidente de la Asociación de Productores de Vino de Cangas
(Aprovican) y uno de los padres del renacimiento de los caldos del suroccidente
asturiano, recuerda que fue en una visita a la Ribeira Sacra cuando se
percataron de que tenían en sus manos la recuperación de unos caldos que
llegaron a obtener, en la última década del siglo XIX, distinciones de carácter
internacional. «Cuando, en 1996, vimos aquellos viñedos en bancales, en una zona
de montaña como nosotros, nos preguntamos: ¿Y por qué no podemos hacer lo mismo
nosotros en Cangas del Narcea?». En ello están. Y si llegaran a equipararse a la
Ribeira Sacra en volumen de producción, ya podrían darse con un canto en los
dientes. En esta comarca gallega hay 99 bodegas y 1.242 hectáreas en producción.
En el Suroccidente, hay seis bodegas acogidas a la indicación geográfica
protegida (IGP) Vino de la Tierra de Cangas y 29,1 hectáreas en producción.
Si fuera que la Ribeira Sacra
es el anticipo de lo que va a llegar a Cangas, entonces aquí pintan oros.
Pero, ya saben: el futuro, qué
será, será. Por eso vale más quedarse en el presente. Y para leer el presente,
para ver cómo está hoy Cangas del Narcea, hay que darse un paseo por el barrio
ovetense de La Corredoria.
En este núcleo, que en los años
noventa comenzó a florecer hasta convertirse en la sexta «ciudad» de Asturias
junto con Lugones, se ha asentado al menos medio centenar de familias canguesas.
Hoy forman una colonia notoria dentro del barrio. Tienen una bolera donde
practican la variedad bolística local: el pasabolo vaqueiro.
Pero hay mucho más en común que
la afición por los bolos de sus maridos. Dan el mismo perfil: son los mineros
que a finales de los años noventa fueron prejubilados con, al menos, 42 años.
Ellos y sus familias se transplantaron al centro de Asturias en pos de un futuro
mejor para sus hijos, en la suposición de que les acercaban a la Universidad y a
las principales bolsas de empleo de la región.
Los prejubilados cangueses de
La Corredoria, y otros muchos establecidos en otros barrios de Oviedo y Gijón,
son el efecto indeseado del ajuste minero, el «daño colateral» de una
reconversión que dio un giro radical al esplendoroso rumbo económico de Cangas
del Narcea. «Fue una reconversión rápida, que nos pilló por sorpresa, llegó casi
sin avisar. En los años ochenta había, en números redondos, 2.000 personas
empleadas en la minería, y hoy sólo quedan unos 300 mineros en Cangas», resume
José Manuel Cuervo, el socialista que ha regido los destinos del concejo cangués
en los últimos veinte años.
En Cangas del Narcea había más
de una decena de explotaciones. Hoy quedan dos: Carbonar (unos 200 empleados) y
Coto Minero del Narcea (en torno a 100 empleados). La mina «capitana»,
Antracitas de Gillón, que tuvo una plantilla que sobrepasaba el millar de
empleados -muy bien pagados, además-, cerró en noviembre de 2005 y con ella se
dio cerrojazo a toda una época.
Esta época: «La coñá y los
cubalibres rodaban por el mostrador», recuerda con humor José Ruitiña, que por
entonces formaba parte del comité de empresa de Antracitas y posteriormente fue,
en la década de los noventa, secretario comarcal de UGT. «Hoy esa cultura
cambió», añade Ruitiña. «No sólo porque hay menos dinero. Es que la cultura
cambió».
Todo ha cambiado. Las minas
cerraron y los prejubilados emigraron. El golpe económico y poblacional lo
tienen bien analizado los comerciantes y pequeños empresarios cangueses de
servicios, que conforman, junto con la ganadería y la minería, una de las tres
patas clave en el «tayuelu» de la economía canguesa. Joaquín Fernández, portavoz
de la asociación Apesa, lo resume así: «En los últimos veinte años hemos perdido
el 25% de la población y, al ser la mayoría prejubilados, nos hemos quedado sin
las familias de alto poder adquisitivo. Hemos perdido un 35% de los ingresos o
de la capacidad comercial». Son datos derivados del plan estratégico elaborado
por los comerciantes para buscarse un futuro sin el dinero que la minería
allegaba a sus cajas registradoras.
A Cangas le cayó encima un
pesado «costeru», pero no falleció a consecuencia de este accidente minero. Su
condición de concejo poblacionalmente «corpulento» le permitió aguantar el
tirón. A sus vecinos de Ibias y Degaña, con menos de 2.000 habitantes, les tocó
la peor parte. El mordisco de la reconversión minera resultó casi mortal en el
censo y en las perspectivas de futuro de quienes se han quedado.
Como toda su comarca, el
concejo cangués pierde población. Desde principios de siglo, 8.300 habitantes
menos. Pero mantiene su preeminencia comarcal. Es el más poblado del
Suroccidente, con 15.672 habitantes. Tiene también un importante dato a su
favor. Ocupa el puesto número 10 en el «top» de los concejos con la población
más joven de Asturias.
El agotamiento del ciclo del
carbón está en el origen del despoblamiento, la gran dolencia de Cangas. Pero,
precisamente, gracias a la mina, a los habitantes y riqueza que arrastró, el
municipio cangués se consolidó como cabecera administrativa comarcal. Allí se
establecieron importantes servicios públicos: instituto, hospital, consejerías,
Hacienda... «Y ése fue el colchón amortiguador, si no el golpe poblacional
hubiera sido mucho mayor», subraya José Manuel Cuervo. El instituto de Enseñanza
Secundaria, con una plantilla de 106 profesores y 850 alumnos de toda la comarca
suroccidental, y el hospital, con unos 250 empleados, son, hoy en día, las
industrias más importantes del concejo.
La oficina, la consulta, el
aula, dan mucho trajín. «Ya estamos notando un auge del turismo, pero Cangas es
servicios. Y ahora mismo vive de los pueblos», apunta Carlos Fernández Pardo, de
34 años, propietario de un hotel rural en Genestoso, abierto hace nueve años.
Fue uno de los pioneros del turismo en el concejo y pone el dedo en la llaga
sobre otro de los fenómenos clave en la actualidad del municipio de mayor
extensión de Asturias (823 kilómetros cuadrados) y con 283 pueblos.
Cangas vive de los pueblos, de
sus infinitas aldeas. Lo nota el comercio de la villa. Pero también la
construcción, que, si no llega al furor de los buenos años de la minería, sí se
mantiene gracias a las personas de la tercera edad que se compran un piso en la
capital municipal para pasar allí sus últimos días, con todo más a mano. Sobre
todo, el hospital.
Además, se está registrando un
retorno a Cangas de personas jubiladas que, a mediados de siglo, emigraron a
Madrid y a otras capitales de España.
Ese flujo, nutrido
económicamente por las jubilaciones, es, por decirlo de alguna manera, una
reserva económica de la que ir tirando mientras otros sectores económicos toman
cuerpo. Pero esta preponderancia del jubilado también entraña un peligro. El
regidor cangués, José Manuel Cuervo, ve también la otra cara de la moneda.
Cangas tiene un 21 por ciento de su población por encima de los 65 años. Habrá
muchos ancianos solos en muchos pueblos. Y será necesario incrementar los
recursos públicos para atenderlos. Y los recursos son limitados.
Así están las cosas: «Cangas
del Narcea vuelve a su realidad. La mina nos permitió ser cabecera de servicios
y nos trajo mucho movimiento de dinero, pero, a la vez, de ese dinero no quedó
nada. Pasó. Incluso fue poco valorado. Según venía, iba». Quien hace esta cruda
valoración es Carmen Rodríguez, la canguesa que preside la asociación de Mujeres
Campesinas.
«La realidad» de Cangas es todo
lo que estaba allí antes de la mina, lo que siempre estuvo allí: el vino y una
naturaleza de indudable tirón turístico, que ya está rindiendo sus frutos al
hilo del parque de las Fuentes del Narcea. También estaban ahí los bosques y las
vacas.
Pero eso habrá de trabajárselo.
El sector forestal -el eterno El Dorado que nunca llega- está seriamente
lastrado por el peculiar sistema de propiedad de los montes cangueses, el
llamado «común proindiviso», que obliga a llegar a un acuerdo entre todos los
propietarios con participación en esa parcela indivisible para el desarrollo de
cualquier plantación forestal con criterios de rentabilidad. Y muchos
propietarios están muertos.
Las vacas aún mandan mucho.
Cangas es todo carne. Es una potencia hegemónica en la producción de canales con
la etiqueta de «ternera asturiana». Hay más vacas que paisanos: 24.145 reses.
Pero la silenciosa reconversión del campo también está pasando factura. Desde
1998 cerraron 274 explotaciones. Y más que lo harán. En el sector, todo es
pesimismo.
Carmen Rodríguez vive en el
palacio de Ardaliz, en Limés. Ha rehabilitado una parte de este edificio de los
siglos XVII-XVIII como alojamiento de turismo rural. Por fuera sigue siendo el
mayorazgo fundado en 1653, donde campea el escudo de los Queipo de Llano. Por
dentro, decorado a la última, bien pudiera ser un piso en Manhattan. Dice su
propietaria que Cangas vuelve a la realidad. Pero, para entrar en el siglo XXI,
se reinterpreta.
Escrito por Eduardo Lagar
Fuente de información: lne