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Asturias Natural :: Ver tema - ANECDOTAS DE Jiddu Krishnamurti
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ANECDOTAS DE Jiddu Krishnamurti

 
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Autor Mensaje
tiby
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Registrado: Aug 14, 2004
Mensajes: 10514
Ubicación: Santo Domingo. RD

MensajePublicado: Mar Mar 10, 2009 5:10 pm    Asunto: ANECDOTAS DE Jiddu Krishnamurti Responder citando

ANECDOTAS DE Jiddu Krishnamurti


Quienes tuvieron el placer de tratar a K le escucharon contar
historias divertidas, chistes e infinidad de anécdotas. K nunca se
hizo pasar por autor de las cosas cómicas que contaba. Las fuentes de
algunos de sus cuentos se remontan a la literatura zen. Pero él los
modificaba un poco. Empleaba los chistes y las historias ajenas para
instruir y despertar a cuantos buscaban su consejo así como para
aclarar aspectos difíciles de sus enseñanzas. En sus horas de ocio en
Colombo, vimos a K leer un libro de chistes. A K le encantaba el humor
de Mark Twain y pude comprobar que en la biblioteca personal que tenía
en Arya Vihar, en Ojai, tenía varios libros de este gran humorista
norteamericano. Algunas de sus historias no se basaban en hechos pero
eso no tenía ninguna importancia porque su propósito era transmitir un
mensaje.

K disfrutaba contando historias en las que se describían
comportamientos personales que no estaban de acuerdo con los
principios morales reconocidos. He aquí un buen ejemplo:

Dos monjes que habían hecho votos de abstinencia sexual absoluta, de
pensamiento, palabra y hecho, regresaban lentamente a su monasterio
después de haber ido a un funeral. El monje más anciano iba delante
del joven novicio que llevaba en una bolsa de cuero las monedas que
les habían dado por oficiar el funeral. Al pasar delante del
prostíbulo del pueblo, el joven novicio dijo entusiasmado:

«¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos
ganado?»

Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al
joven novicio:

«¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos
pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso».

Otra historia también se refiere a dos monjes que habían hecho votos
de castidad y abstinencia absoluta de pensamiento, palabra y hecho.
Partieron juntos en un largo viaje durante el cual debían recorrer a
pie poblados, bosques y tierras pantanosas. Se disponían a cruzar un
río con una fuerte corriente cuando se les presentó una atractiva
muchacha y les pidió que la ayudasen a cruzar.

«Márchate» le gritó el monje joven, «porque hemos hecho promesa de no
tener tratos con mujeres».

«Os ruego que me ayudéis» sollozó la muchacha.

Al oír esto, el monje más anciano la alzó en brazos y vadeó el río de
rápida corriente. Cuando hubo cruzado, la mujer le agradeció el favor
y se marchó. Concluido el incidente, el monje joven se pasó varios
días criticando la conducta del más anciano. Se quejaba muy airado:

«Has tenido una conducta impropia al tocar el cuerpo de una mujer».

El monje más anciano le espetó:

«¡Yo dejé a esa mujer en la orilla del río pero tú sigues llevándola
en brazos!»

Esta historia ilustra la mente poco casta del joven monje que seguía
turbado por un hecho inocente que pertenecía al pasado. Según K, la
verdadera castidad consiste en estar libres de la formación de
imágenes y su almacenamiento en el espíritu. Por lo tanto, su idea de
la castidad estaba muy alejada de la actitud tradicional que insiste
en evitar todo contacto con el sexo opuesto.

Un día, mientras K y yo almorzábamos en Gstaad, Suiza, me preguntó con
curiosidad qué lugares de interés cultural había visitado en mis
vacaciones de verano en Roma. Le comenté que lo más interesante de mi
viaje había sido el día que pasé inspeccionando los estantes de la
maravillosa Biblioteca Apostólica Vaticana. Le describí con entusiasmo
los antiguos manuscritos, los primeros libros impresos y otros tesoros
de esta institución. Le referí a K que los administradores de esa gran
biblioteca habían aceptado agradecidos algunos libros que yo había
escrito sobre sus enseñanzas. También les regalé algunos libros de K
que fueron muy bien recibidos. «Será muy divertido» dije, «cuestionar
sus creencias y dogmas y sacudir los cimientos mismos de la Iglesia
Católica Romana. ¿No le parece necesario estimular a los teólogos a
que lean libros relacionados con sus enseñanzas?»

K me preguntó: «¿De veras están interesados?»

Le contesté: «Pues tenemos que hacer que se interesen. ¿Cree usted que
al Papa le interesaría asistir a sus charlas?» La ingenuidad de mi
pregunta lo sorprendió. Me lanzó una mirada incrédula y me dijo: «¿El
Papa en Saanen? No lo creo probable». De inmediato, K se puso a hablar
de las magníficas obras de arte que había visto en el Vaticano. Me dio
la impresión de que no había tenido una audiencia con ningún Papa,
pero me comentó que Juan Pablo I muy sonriente lo había saludado con
la mano. K sentía una simpatía especial por ese Papa, al que describía
como «un hombre amistoso». K lamentaba que hubiera muerto
repentinamente después de un breve reinado. Muy divertido, K me contó
esta historia:

Encontraron a un mendigo harapiento orando en la Capilla Sixtina, la
capilla del Papa, decorada con frescos de Miguel Ángel y otros
pintores. El Papa notó enseguida la presencia del mendigo y de
inmediato manifestó su fastidio. «¿Quién es ese hombre que está ahí
arrodillado? No lleva la ropa adecuada». El Papa ordenó al mendigo que
abandonara de inmediato la Capilla Sixtina. El hombre tuvo que
obedecer. El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa,
pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido
excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación
que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio
de su cuarto se arrodilló para rezar. De repente, Dios se le apareció
en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al
Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y
le preguntó:

«¿Cuál es tu problema?»

«Mi problema» le contestó, «es que me echaron del Vaticano».

«No te preocupes» le dijo Dios, «porque a mí tampoco me dejan entrar».

A K le gustaban los chistes y las anécdotas de Jesús y, sobre todo, de
misioneros que viajan a países lejanos con la intención de convertir
al cristianismo a los paganos que se niegan a reconocer al Dios de la
Biblia.

Una de sus historias preferidas era la de un misionero que ponía gran
celo en su trabajo e intentaba predicar los evangelios a un grupo de
caníbales. A los caníbales les molestó tanto su actitud desdeñosa que
decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero
en una olla de aceite hirviente.

«Por favor, no me comáis pidió el misionero asustado».

«Lo que uno come» filosofó uno de los caníbales, «es cuestión de
gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la
de misionero. »
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Registrado: Sep 11, 2008
Mensajes: 824
Ubicación: Cangas del narcea

MensajePublicado: Mar Mar 10, 2009 11:01 pm    Asunto: Responder citando

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