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Una Asturias joven en una España solidaria
Enviado el Domingo, 23 octubre a las 16:24:12 por lety

Opinión

La ceremonia de entrega de los premios «Príncipe de Asturias» de este año suscitaba claramente dos clases de expectativas. Por una parte, la comparecencia en el acto del teatro Campoamor de los dos grandes protagonistas asturianos de la edición: la ovetense Princesa de Asturias, embarazada de su primer hijo y futuro heredero de la Corona española, y el también ovetense Fernando Alonso, flamante campeón del mundo de la disciplina reina del automovilismo. Y por otra, alguna alusión o pronunciamiento de don Felipe de Borbón sobre el debate que, con el proyecto de un nuevo Estatuto de autonomía para Cataluña, viene dominando la escena política española.

Habría más cosas, por supuesto, como corresponde a un acto cuyo pautado protocolo no puede ni debe ahogar la personalidad, fuerte por definición, de los premiados, ya sea los que tienen la posibilidad de pronunciar unas palabras o los que se expresan a través de sus gestos en el escenario. De los segundos, nadie fue más exuberantemente teatral que la diva Maya Plisetskaya, en contraste con la elegante sencillez de Tamara Rojo, ni ninguna necesitó menos para transmitir su categoría que Simone Veil. El neurobiólogo Antonio Damasio estuvo muy expresivo y los representantes de los grandes institutos aceptaron el liderazgo de otra portuguesa, la directora del Camões. Las intervenciones tuvieron distinta sustancia. Así, Giovanni Sartori, en una breve y contundente intervención, mostró su pesimismo sobre la exportabilidad de la democracia occidental, sobre todo cuando una concepción teocrática, como la que domina el mundo islámico, impide separar la religión de la política; Nélida Piñon desplegó el rico muestrario de imágenes que cabe esperar siempre del sincretismo cultural brasileño, y sor Evelyne Franc, superiora general de las Hermanas de la Caridad, que, junto con seis monjas de la orden, recibió uno de los homenajes más cálidos de la tarde, hizo, desde una perspectiva religiosa, un canto a la solidaridad como requisito imprescindible para que la justicia y la paz se besen.

Pero el acto del teatro Campoamor acabó por ajustarse a sus expectativas, incluso por encima de un imprevisto como la ausencia de la Princesa de Asturias. A doña Letizia, que el año pasado había estado por primera vez en la presidencia del acto, acompañando a su reciente esposo, don Felipe de Borbón, se la aguardaba esta vez con mayor interés, si cabe, que entonces, pero la prescripción médica impidió a última hora su presencia. A buen seguro que, por grande que haya sido la decepción de muchos asturianos por esta comprensible ausencia, habrá sido mucho menor que la de la propia Princesa de Asturias, con toda seguridad deseosa de compartir con su tierra y sus paisanos estos momentos tan excepcionales como irrepetibles de su vida.

Sí pudo estar presente Fernando Alonso, quien comparecía en público ante sus paisanos por primera vez desde que consiguió proclamarse campeón del mundo de Fórmula 1. La concesión del premio de los Deportes al piloto ovetense recibió en su día algunas críticas, por quienes la consideraron precipitada. Sin rechazar lo que tengan de consistentes esas objeciones, se puede argumentar en contra que el mérito más llamativo de Fernando Alonso ha sido precisamente el de una anticipación sin precedentes, al convertirse en el piloto más joven de la historia en conseguir el título mundial, estableciendo de paso otras marcas de precocidad (más joven vencedor de un gran premio, por ejemplo) en una disciplina deportiva selectiva como ninguna otra. El problema para el jurado es que tenía que adivinar lo que finalmente pasó.

Sea cual sea su trayectoria futura, Fernando Alonso ya ha hecho historia. Su mérito es enorme y del galardón que recibió el viernes entre el calor del público asistente al Campoamor y que fue apenas el pálido reflejo del impresionante baño de multitudes que recibiría al día siguiente en la cercana plaza ovetense de la Escandalera quizá lo mejor que se pueda decir es que trató de adaptarse a la vertiginosa carrera de un deportista español que ha roto moldes. Seguramente Fernando Alonso habría sido distinguido con el premio aunque no hubiera sido asturiano. Un examen de la trayectoria de los premios «Príncipe de Asturias» descarta cualquier acusación de chauvinismo: de los 238 galardones individuales concedidos hasta la fecha, varios de ellos múltiples, sólo siete han correspondido a personas nacidas en Asturias, en todos los casos con trayectorias muy contrastadas.

De la intervención de don Felipe puede decirse que no defraudó. Se ha subrayado más de una vez que los discursos del Príncipe de Asturias en los actos de la entrega de sus premios han ido desvelando el pensamiento personal del heredero de la Corona, que él ha situado siempre bajo la inspiración y en las coordenadas de la Constitución. A uno y a otra aludió el viernes con un énfasis que los asistentes captaron a la perfección, como se reflejó en los aplausos con los que subrayaron sus alusiones más transparentes. La sensibilidad del público para adherirse a los mejores valores que nos distinguen como miembros de una nación o para entusiasmarse con los héroes deportivos contrasta con el silencio con que acogió la alusión del Príncipe a Severo Ochoa, cuyo centenario estamos celebrando con más pena que gloria, a pesar de que don Felipe hizo una invitación implícita al aplauso.

No es la primera vez que el Príncipe pregona su orgullo como español por lo conseguido por la etapa democrática, pero esta vez, al poner en relación esa etapa, «que ha transformado a España en un país al fin protagonista de la modernidad, abierto y admirado en el mundo, con un bienestar creciente y convergente con los más prósperos de nuestro entorno», destacó que ese éxito colectivo, «que no ha sido fruto de la improvisación y el azar», se ha conseguido en unos años trascendentales que han transcurrido «bajo la inspiración, la guía y el amparo de la Constitución de 1978, que, como nunca antes, tantos españoles se otorgaron ejerciendo decididamente su derecho y poder soberano». El Príncipe no hizo alusiones concretas a intentos, como el proyecto de Estatuto remitido por el Parlamento catalán a las Cortes, que plantean abiertamente por la vía de los hechos la modificación de esa norma suprema, pero subrayó que la Constitución ofrece «el marco más sólido, así como los principios y valores para acometer con éxito el futuro de España de forma unida, solidaria y respetuosa con la riqueza de nuestra pluralidad y diversidad territorial».

Dos ministros del Gobierno, uno de ellos la vicepresidenta primera, escuchaban a pocos metros estas transparentes reflexiones del Príncipe, así como la formulación de su firme compromiso con el proyecto que acaba de describir y elogiar, como antes se había referido a la ejemplar responsabilidad, el profundo sentido de Estado y la amplísima generosidad que habían hecho posible el éxito colectivo de los españoles, un «inmenso e irrenunciable patrimonio» que resulta imprescindible para atender las necesidades y carencias que aún perviven en la sociedad española y para aprovechar las nuevas oportunidades. Los aplausos con que el público subrayó estas ideas contribuyeron a darles un sentido más pleno.

El discurso del Príncipe, tal vez el más importante, por su intencionalidad, de los que ha pronunciado en la ceremonia de la entrega de los premios, contribuirá a hacer memorable una edición que estaba destinada a ser especial, al conmemorar los 25 años de la constitución de la Fundación que los concede. Aunque un cuarto de siglo de vida es más que suficiente para consolidar una institución, es también la medida de una edad juvenil. Los premios son tan jóvenes como Fernando Alonso, el gran protagonista de esta edición y su galardonado más precoz. Es lógico, por tanto, que, sin olvidar el camino recorrido, miren sobre todo hacia adelante y revisen constantemente el cumplimiento de sus objetivos, entre ellos, la promoción de los intereses de Asturias, que no debe limitarse a difundir una buena imagen, por muy conveniente que sea. Desde la propia Fundación, desde las instituciones y desde la sociedad civil, pero avanzando todos en la misma dirección, son los asturianos quienes deben asumir la meta de rejuvenecer su región, dotándola de nuevos proyectos e insuflándole una ambición que lleva muchos años decaída, como se refleja en la propia demografía de la región, con una población cada vez más envejecida que, por paradoja, no logra integrar a buena parte de sus jóvenes más preparados. Una Asturias que cuenta con una excepcional generación de jóvenes brillantes como la Princesa Letizia o Fernando Alonso y que tiene que concebir su progreso en la España solidaria que invocó don Felipe de Borbón.

Fuente de información: lne


 
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