La ceremonia de entrega de los
premios «Príncipe de Asturias» de este año suscitaba claramente dos clases de
expectativas. Por una parte, la comparecencia en el acto del teatro Campoamor de
los dos grandes protagonistas asturianos de la edición: la ovetense Princesa de
Asturias, embarazada de su primer hijo y futuro heredero de la Corona española,
y el también ovetense Fernando Alonso, flamante campeón del mundo de la
disciplina reina del automovilismo. Y por otra, alguna alusión o pronunciamiento
de don Felipe de Borbón sobre el debate que, con el proyecto de un nuevo
Estatuto de autonomía para Cataluña, viene dominando la escena política
española.
Habría más cosas, por supuesto,
como corresponde a un acto cuyo pautado protocolo no puede ni debe ahogar la
personalidad, fuerte por definición, de los premiados, ya sea los que tienen la
posibilidad de pronunciar unas palabras o los que se expresan a través de sus
gestos en el escenario. De los segundos, nadie fue más exuberantemente teatral
que la diva Maya Plisetskaya, en contraste con la elegante sencillez de Tamara
Rojo, ni ninguna necesitó menos para transmitir su categoría que Simone Veil. El
neurobiólogo Antonio Damasio estuvo muy expresivo y los representantes de los
grandes institutos aceptaron el liderazgo de otra portuguesa, la directora del
Camões. Las intervenciones tuvieron distinta sustancia. Así, Giovanni Sartori,
en una breve y contundente intervención, mostró su pesimismo sobre la
exportabilidad de la democracia occidental, sobre todo cuando una concepción
teocrática, como la que domina el mundo islámico, impide separar la religión de
la política; Nélida Piñon desplegó el rico muestrario de imágenes que cabe
esperar siempre del sincretismo cultural brasileño, y sor Evelyne Franc,
superiora general de las Hermanas de la Caridad, que, junto con seis monjas de
la orden, recibió uno de los homenajes más cálidos de la tarde, hizo, desde una
perspectiva religiosa, un canto a la solidaridad como requisito imprescindible
para que la justicia y la paz se besen.
Pero el acto del teatro
Campoamor acabó por ajustarse a sus expectativas, incluso por encima de un
imprevisto como la ausencia de la Princesa de Asturias. A doña Letizia, que el
año pasado había estado por primera vez en la presidencia del acto, acompañando
a su reciente esposo, don Felipe de Borbón, se la aguardaba esta vez con mayor
interés, si cabe, que entonces, pero la prescripción médica impidió a última
hora su presencia. A buen seguro que, por grande que haya sido la decepción de
muchos asturianos por esta comprensible ausencia, habrá sido mucho menor que la
de la propia Princesa de Asturias, con toda seguridad deseosa de compartir con
su tierra y sus paisanos estos momentos tan excepcionales como irrepetibles de
su vida.
Sí pudo estar presente Fernando
Alonso, quien comparecía en público ante sus paisanos por primera vez desde que
consiguió proclamarse campeón del mundo de Fórmula 1. La concesión del premio de
los Deportes al piloto ovetense recibió en su día algunas críticas, por quienes
la consideraron precipitada. Sin rechazar lo que tengan de consistentes esas
objeciones, se puede argumentar en contra que el mérito más llamativo de
Fernando Alonso ha sido precisamente el de una anticipación sin precedentes, al
convertirse en el piloto más joven de la historia en conseguir el título
mundial, estableciendo de paso otras marcas de precocidad (más joven vencedor de
un gran premio, por ejemplo) en una disciplina deportiva selectiva como ninguna
otra. El problema para el jurado es que tenía que adivinar lo que finalmente
pasó.
Sea cual sea su trayectoria
futura, Fernando Alonso ya ha hecho historia. Su mérito es enorme y del galardón
que recibió el viernes entre el calor del público asistente al Campoamor y que
fue apenas el pálido reflejo del impresionante baño de multitudes que recibiría
al día siguiente en la cercana plaza ovetense de la Escandalera quizá lo mejor
que se pueda decir es que trató de adaptarse a la vertiginosa carrera de un
deportista español que ha roto moldes. Seguramente Fernando Alonso habría sido
distinguido con el premio aunque no hubiera sido asturiano. Un examen de la
trayectoria de los premios «Príncipe de Asturias» descarta cualquier acusación
de chauvinismo: de los 238 galardones individuales concedidos hasta la fecha,
varios de ellos múltiples, sólo siete han correspondido a personas nacidas en
Asturias, en todos los casos con trayectorias muy contrastadas.
De la intervención de don
Felipe puede decirse que no defraudó. Se ha subrayado más de una vez que los
discursos del Príncipe de Asturias en los actos de la entrega de sus premios han
ido desvelando el pensamiento personal del heredero de la Corona, que él ha
situado siempre bajo la inspiración y en las coordenadas de la Constitución. A
uno y a otra aludió el viernes con un énfasis que los asistentes captaron a la
perfección, como se reflejó en los aplausos con los que subrayaron sus alusiones
más transparentes. La sensibilidad del público para adherirse a los mejores
valores que nos distinguen como miembros de una nación o para entusiasmarse con
los héroes deportivos contrasta con el silencio con que acogió la alusión del
Príncipe a Severo Ochoa, cuyo centenario estamos celebrando con más pena que
gloria, a pesar de que don Felipe hizo una invitación implícita al aplauso.
No es la primera vez que el
Príncipe pregona su orgullo como español por lo conseguido por la etapa
democrática, pero esta vez, al poner en relación esa etapa, «que ha transformado
a España en un país al fin protagonista de la modernidad, abierto y admirado en
el mundo, con un bienestar creciente y convergente con los más prósperos de
nuestro entorno», destacó que ese éxito colectivo, «que no ha sido fruto de la
improvisación y el azar», se ha conseguido en unos años trascendentales que han
transcurrido «bajo la inspiración, la guía y el amparo de la Constitución de
1978, que, como nunca antes, tantos españoles se otorgaron ejerciendo
decididamente su derecho y poder soberano». El Príncipe no hizo alusiones
concretas a intentos, como el proyecto de Estatuto remitido por el Parlamento
catalán a las Cortes, que plantean abiertamente por la vía de los hechos la
modificación de esa norma suprema, pero subrayó que la Constitución ofrece «el
marco más sólido, así como los principios y valores para acometer con éxito el
futuro de España de forma unida, solidaria y respetuosa con la riqueza de
nuestra pluralidad y diversidad territorial».
Dos ministros del Gobierno, uno
de ellos la vicepresidenta primera, escuchaban a pocos metros estas
transparentes reflexiones del Príncipe, así como la formulación de su firme
compromiso con el proyecto que acaba de describir y elogiar, como antes se había
referido a la ejemplar responsabilidad, el profundo sentido de Estado y la
amplísima generosidad que habían hecho posible el éxito colectivo de los
españoles, un «inmenso e irrenunciable patrimonio» que resulta imprescindible
para atender las necesidades y carencias que aún perviven en la sociedad
española y para aprovechar las nuevas oportunidades. Los aplausos con que el
público subrayó estas ideas contribuyeron a darles un sentido más pleno.
El discurso del Príncipe, tal
vez el más importante, por su intencionalidad, de los que ha pronunciado en la
ceremonia de la entrega de los premios, contribuirá a hacer memorable una
edición que estaba destinada a ser especial, al conmemorar los 25 años de la
constitución de la Fundación que los concede. Aunque un cuarto de siglo de vida
es más que suficiente para consolidar una institución, es también la medida de
una edad juvenil. Los premios son tan jóvenes como Fernando Alonso, el gran
protagonista de esta edición y su galardonado más precoz. Es lógico, por tanto,
que, sin olvidar el camino recorrido, miren sobre todo hacia adelante y revisen
constantemente el cumplimiento de sus objetivos, entre ellos, la promoción de
los intereses de Asturias, que no debe limitarse a difundir una buena imagen,
por muy conveniente que sea. Desde la propia Fundación, desde las instituciones
y desde la sociedad civil, pero avanzando todos en la misma dirección, son los
asturianos quienes deben asumir la meta de rejuvenecer su región, dotándola de
nuevos proyectos e insuflándole una ambición que lleva muchos años decaída, como
se refleja en la propia demografía de la región, con una población cada vez más
envejecida que, por paradoja, no logra integrar a buena parte de sus jóvenes más
preparados. Una Asturias que cuenta con una excepcional generación de jóvenes
brillantes como la Princesa Letizia o Fernando Alonso y que tiene que concebir
su progreso en la España solidaria que invocó don Felipe de Borbón.
Fuente de información: lne