Con el objetivo de visitar la playa de Barayo nos desplazamos hasta la
localidad de Vigo, un pequeño pueblo de la rasa naviega. Sus casas, típicamente
de dos plantas, con la fachada revocada y pintada de blanco, las ventanas de
ambos pisos alineadas y el tejado de pizarra azulada, destacan en medio de los
campos que, en esta parte de la marina, muestran un verde especialmente intenso.
También llaman enseguida la atención los bosquetes de pino marítimo, destinados
a la producción de madera para abastecer a la importante industria papelera de Navia.
El camino para bajar a la playa es una pista, bien señalizada que encontramos
a la entrada del pueblo. Como consecuencia de la reciente declaración de Barayo
como Reserva Natural Parcial, está previsto restringir su utilización al uso
ganadero con el fin de evitar el acceso de vehículos a las inmediaciones de la
playa. Paralelamente, se planea acondicionar un aparcamiento en Vigo y construir
una senda peatonal para los visitantes y bañistas.
En espera de estos equipamientos, debemos dejar nuestro automóvil en el
pueblo y continuar a pie por la citada pista. En su primer tramo discurre por la
rasa, a través de una zona de pastos y cultivos donde es posible sorprender al
lagarto verdinegro, bastante común en este área. Poco más adelante, llegamos al
borde de una ladera casi vertical desde la que tenemos una impresionante
panorámica, casi aérea, del estuario del río Barayo: por detrás de la playa el
valle es una amplia planicie en forma de concha, La Veiga, rodeada por las
abruptas laderas de los espolones cuarcíticos de El Pedrón , hacia el este, y el
Cuorno, hacia el oeste, que se adentran en el mar constituyendo la Punta la
Vaquina y la Punta Pata Roja, respectivamente; la playa tiene una longitud
aproximada de 650 m y hacia el interior desarrolla un sistema de dunas que ocupa
una franja de unos 100 m de anchura; por último, vemos cómo el río Barayo
desemboca en el mar por el extremo oeste del arenal después de describir un
profundo meandro rodeado de vegetación marismeña.
A continuación, la pista desciende progresivamente por esta empinada ladera,
invadida por un espeso matorral de brezos y tojos y cubierta por un bosquete de
pinos y eucaliptos. En poco tiempo alcanzamos La Veiga en su parte más interna,
allí donde el río Barayo se libra de la estrechura del valle por el que
circula hasta este tramo final. A lo largo de sus orillas prospera un magnífico
bosque de ribera dominado por los alisos pero con la presencia adicional arces,
fresnos y salgueras. En su sotobosque resultan especialmente llamativos los
lirios amarillos durante su floración en primavera.
Cerca de una vieja cabaña de piedra, cruzamos el cauce fluvial por un
puente. Enseguida volvemos a aparecer en la orilla del río, ahora un poca más
ensanchado y con las aguas remansadas, en una zona de marisma ocupada por juncos
y altos carrizos. Aquí es posible observar gallinetas, ánades azulones y garzas
pero también hay que señalar a las libélulas y caballitos del diablo, que
abundan en los meses más cálidos del año.
Para llegar hasta la orilla del mar tenemos que cruzar el sistema de dunas,
formadas por la acción de los vientos dominantes del noreste que arrastra las
partículas de arena de la playa tierra adentro. En Barayo este proceso ha dado
lugar al desarrollo de dos frentes dunares colonizados por una comunidad
vegetal excepcional, adaptada a unas condiciones de vida extremas (elevada
salinidad del medio, sustrato inestable y pobre en nutrientes). La riqueza en
especies es mayor en el frente más alejado del mar donde crecen, entre otras,
varias euforbias, el cardo marino y la soldanella, una hermosa fanerógama de
grandes flores rosadas. Sin embargo, la especie más destacada es el barrón, una
gramínea de hojas largas que forman densas matas y cuyo extenso sistema
radicular consigue fijar, o al menos frenar, el avance de la duna. Por otro
lado, la existencia de un cinturón de pinos en la zona más interna de las dunas
se debe a plantaciones realizadas por el hombre.
Un paseo por la playa nos llevará hasta la desembocadura del río Barayo que
discurre pegado a los acantilados del Cuorno. En este trayecto podemos ver
grupos de gaviotas reidoras, sombrías y patiamarillas posadas fuera del alcance
de las olas, pero cerca de la orilla. También es posible descubrir huellas de
nutria, ya que no es extraño que estos esquivos mamíferos se aventuren a pescar
en el mar, a pesar de que en el tramo final del río abundan truchas, múgiles y
anguilas.
La bajamar deja al descubierto una extensa planicie de arena húmeda y
compacta, que prácticamente duplica la superficie de la playa en pleamar, así
como rocas próximas a los cantiles en las que viven distintas especies de algas
y numerosos invertebrados sésiles, como bellotas de mar, lapas y mejillones. Por
encima de esta franja intermareal destaca la existencia de un liquen (Verrucaria
maura) que tiene la apariencia de una costra negruzca que tapiza las rocas. A
partir de aquí y hacia arriba el acantilado es colonizado por otros líquenes y
plantas halófilas.
Barayo es, sin duda, uno de los enclaves más atractivos del litoral asturiano
gracias a que conserva un ambiente salvaje y solitario la mayor parte del año,
favorecido por la dificultad del acceso rodado y la carencia de infraestructuras
para el turismo. Estas características la convierten en el verano en una playa
idílica para los bañistas, donde se suele practicar el nudismo.
A escasos kilómetros de Vigo se encuentra el hermoso pueblo pesquero de
Puerto de Vega. Al tradicional y bien cuidado estilo de los edificios de
la zona se unen algunas casonas, caseríos y casas de indianos de arquitectura
admirable. Igualmente llamativo resulta el templo barroco de Santa Marina, del
siglo XVIII, en el que destacan el órgano y su conjunto de retablos. El paseo
por el puerto, estrecho y retorcido, es obligado a pesar de que ha sido
recientemente reformado. Además, no debemos dejar de ir a ver la enorme
mandíbula de un cetáceo que se exhibe cerca del mirador que domina la entrada
del fondeadero.
Desde Puerto de Vega, y hacia el oeste, podemos acercarnos a la playa de
Frexulfe declarada Monumento Natural, esencialmente, por el valor de las
comunidades vegetales de su reducido sistema dunar.
Vigo-La Veiga-Dunas y Playa de Barayo
4 km (i/v)
Transporte recomendado:
a pie.
Mejores épocas de visita:
primavera, verano, otoño, invierno.
Dificultad de la ruta:
escasa.
Información: Luis Frechilla
García