El montañoso concejo de Ponga,
uno de los más bellos de la fragosa Asturias, abunda en localidades hoy día en
acelerado proceso de despoblamiento, pero cuyos habitantes aún se acuerdan de
antiguas e interesantes historias. En el singular pueblo de Sobrefoz tuve en
1992 la oportunidad de conocer a Casto Martínez González, anciano nacido en
1900, culto, noble, servicial y de excepcional memoria; poco antes de que
falleciera le entrevisté en varias ocasiones, y producto de estas indagaciones
son las historias que aquí siguen, las cuales mayormente me fueron contadas por
él.
Da idea del antiguo aislamiento
local el que Casto me comentó que en Sobrefoz (cuyo nombre los ponguetos también
pronunciaban Sobrefó y Sobreh.oz) vivían viejas que nunca habían ido a San Xuan
de Beleño, el pueblo vecino por el Noreste -a sus moradores los conocían de
verlos en el puerto-; en Abiegos, más cercano y el siguiente por el Noroeste, sí
habían estado.
VENTANIELLA
Ventaniella es una casería de
Sobrefoz; según la leyenda, su nombre se debe a la siguiente historia:
Los árabes tenían cuartel
general en León y Gijón, por lo que circulaban mucho de una localidad a otra;
entonces, este puerto de Ventaniella se llamaba Puerto Bajo, porque es el menos
elevado de los situados entre El Pontón y Galicia.
Pelayo se encontraba en
Arcenoriu y con él la hermana, que venía de este puerto a Ventaniella en alguna
misión, pero entre esta vega y El Xerru en un lugar que se llama El Cantarillón
la yegua que montaba dio un resbalón y al caer lo hizo sobre una pierna de la
amazona, a la que se la rompió; arrastrándose como pudo, nuestra heroína llegó a
la cercana Ventaniella, donde el casero la acogió; entonces arribaron y pidieron
posada unos árabes que iban camino de León a Gijón (el territorio estaba en
poder de los moros, pero éstos no se habían asentado en él); se la concedieron y
en la conversación el casero se dio cuenta de que uno de los árabes hablaba
mucho de medicina, pensó que sería médico (parece, además, que en esa época los
árabes en medicina estaban mucho más adelantados que los españoles) y le propuso
curar a una parienta suya que tenía la pierna rota.
Fueron a la habitación donde
estaba la hermana de Pelayo, pero al charlar con ella el médico no se creyó que
fuera familiar del ventero, pues vio que era una mujer con una cultura superior
a la de éste: cuando llegó a Gijón informó a Munuza -uno de los jefes árabes- de
que al pasar por el Puerto Bajo se había encontrado a una señora culta con la
pierna rota; por consiguiente, Munuza encargó a tres personas de su confianza
que fueran allí con el objetivo de traerse a la herida, quien seguramente era la
hermana de Pelayo.
Los tres moros llegaron a
Ventaniella y pidieron posada (que allí debe darse forzosamente, aunque no se
tenga dinero). Ya concedida, se estaban calentando, que el fuego se atizaba en
el medio de un local grande con la gente sentada en la orilla; el casero estaba
sentado al pie del fuego sobre una pila de leña ya preparada en astillas para
desde allí ir alimentándolo.
Entonces, los moros informaron
al casero de que tenían orden de Munuza de llevarse a la mujer a Gijón. El
casero alegó que era parienta suya, con lo que comenzó una discusión; en esto,
uno de los moros agarró dos astillas, empezó a hacer fuego con ellas en un
rincón situado junto a la puerta de la cocina -que, al igual que un tabique, era
de madera- y amenazó al casero:
-¡O nos das la doncella o
quemamos la casa, así que escoge: o la venta o ella!
Pero el casero, que era un
hombre de agallas, agarró la astilla más larga y a los otros dos moros que
estaban sentados al pie de él les propinó un golpe a cada uno en la cabeza y
otro al otro, con lo que abatió a los tres, pero no los mató. Al asestar el
primer astillazo a uno en la cabeza, proclamó: «¡Pues ni la venta ni ella!», y
desde entonces el lugar se denomina Ventaniella, pero ellos, de todas maneras y
a pesar de los golpes, pues reaccionaron, lo llegaron a dominar y se la
llevaron, porque se quedó Munuza con ella y fue amante de éste, al que antes no
conocía. Según otra versión, el ventero oyó que venía gente, creyó que eran
individuos de Sobrefoz que lo podían defender, se armó de valor y entonces fue
cuando agarró la estaca de leña y proclamó: «¡Ni la venta ni ella!», en esto
llegaron los otros y aquí terminó la historia.
Para dar el asalto en
Covadonga, Pelayo reunió sus fuerzas en Arcenoriu y entonces una parte de éstas
bajó por el «ríu» Ponga y otra por el Sella con el fin de juntarse en Santillán
para desde allí remontar la montaña y por los puertos de Covadonga llegar a
Covadonga para dar la batalla a los moros. Después estableció su corte en Abamia
y más tarde en Cangues y, que se sepa, a Ponga no volvió, pero de aquí salió.
Quien estaba de casero debía
dar un puesto en la lumbre, incluso al que fuera más enemigo suyo, le tenía que
entregar agua, sal, vinagre y fuego; también decían que la campana de la capilla
de Ventaniella era milagrosa, el casero la tocaba todas las tardes para que la
gente se orientara.
En Cazu (otro pueblo de Ponga)
me contaron que Pelayo venía de Castilla, es decir, de León, con la hermana
(llamada Hormesinda o Hermolinda) y con otra mujer (Gaudeosa, que era la novia),
pasó por Sellañu y, entonces, al vadear el río de allá para acá a una la llevó
en «llombu» -a la espalda-, pero al volver a por la otra, como él estaba en
medio del río, vino uno por una orilla y llevó una y, además, llegó otro por la
otra y llevó la otra; los raptadores eran el conde Gudila, que estaba casado con
Gaudeosa, y el otro parece que Munuza, quien se llevó a la hermana.
EL PEÑÓN DEL CABRERU
Unos 200 metros más arriba de
La Mayada del Xerru, ya casi en el límite con León y donde nace la principal de
las fuentes del «ríu» Ponga, se encuentra un peñón con la misma forma de un
huevo, espetado en una campera, pero con dos o tres veces la altura de un
hombre, y, además, ligeramente caído sobre un lado que forma un poco de cueva.
Antes solía circular por
Sobrefoz gente de Los Argüellos (León) que iba allá por el mes de noviembre a
Llanes y a todos lados comprando cabras; dormían por lo general en Ventaniella
con igual 200 o 300 cabras, después las mataban ahí por Los Argüellos y más
tarde iban hasta Madrid a vender su carne salada en cecina que llevaban en
carros, vivían de aquello.
En cierta ocasión, a últimos de
noviembre llegó uno de ellos con un rebaño de cabras a Ventaniella y por la
noche empezó a caer una gran nevada, pero pese a ello quiso pasar el puerto: en
vez de ir por La Salguerosa para llegar al puerto de Tarna pensó en encaminarse
hasta La Uña, pues este paso es más bajo; e intentó esta ruta a pesar de todo,
pero cuando llegó junto a ese peñón, que ahora lleva el nombre de Peñón del
Cabreru, ya no pudo seguir más, especialmente las cabras, que se agruparon en la
mencionada cavidad, y él entre ellas; las cabras ya empezaron a morir (parece
que de frío) pero cuando llevaba allí 3, 4, 5 días o un mes, como había mejorado
el día un poco, el casero salió de Ventaniella con «varayones», que eran unas
tablas colocadas por debajo del calzado, muy útiles para andar por la nieve,
pues evitan hundirse en ella.
Cuando llegó al Peñón del
Cabreru, situado mismamente a la orilla del camino, se encontró allí con la
mayor parte de las cabras muertas ya de hambre: «Se pacían las unas a las otras
para comer el pelu», mientras que el cabrero, que ya estaba casi moribundo, se
había ido alimentando gracias a algunas cabras que tenían leche todavía y a las
que mecía -ordeñaba- en la boca; entonces el casero lo agarró por un pie y
tirando por él sobre la nieve (que se había ablandado un poco) lo arrastró hasta
Ventaniella; las cabras murieron allí todas.
Casto Martínez, cuyo
ascendiente (tatarabuelo de su abuelo por lo menos, según me dijo) fue quien
salvó al cabrero, me relató esta historia y, además, sobre ella discurrió las
siguientes redondillas:
«En Puertu de Ventaniella
hai un peñón milagreru
que de fríu salvó a un cabreru
que cudiaba so reciella
como si fose forniella:
les cabres daben calor
y fartábase el pastor
con llechi de la mariella;
les cabres pacíense el pelu
que la fame ya gruñía;
la ñeve caía, caía,
pal pastor no había consuelu;
en esto llegó mio güelu
pa salvalu de la muerte;
de les cabres ñegra suerte
quedó escrita en aquel suelu
pero el Peñón del Cabreru
desde entonces tien so fama
que la publica una rama
siempre puesta en su quimeru».
Fuente de información: lne