La noticia de que el Museo de
los premios de la Fundación Príncipe de Asturias - del que nada o muy poco
sabemos, en cuanto a posibles contenidos- se instalaría aquí, en Avilés -a unos
28 kilómetros de Oviedo, yendo por carretera, y a bastantes menos, yendo a vuelo
de pájaro- ha levantado un considerable revuelo, con ciertos tintes de enfado,
en el Ayuntamiento de Oviedo, y en el despacho y aledaños del señor alcalde
presidente, don Gabino de Lorenzo, al que, por otra parte, admiro como Alcalde y
como político, que no vendría mal tener unos cuantos más como él en otras
ciudades y pueblos de Asturias.
Pero lo que parece olvidar don
Gabino - o, al menos, no lo tiene muy en cuenta- es el hecho de que la Fundación
Príncipe de Asturias surgió y se mantiene al amparo de tan honroso título, y si
esto es así -que lo es- no cabe la menor duda de que tan Asturias es Avilés como
Oviedo, que una y otra ciudad tienen sus raíces bien atrás en la historia. Por
esta razón y amparándome en esa osadía cultural, tan de moda, me permito invocar
los «derechos históricos» del pueblo y comarca avilesinos, con el fin de que se
designe a esta villa como sede del ya famoso museo -o lo que sea, que esto ya no
lo tengo muy claro-, para su instalación en una zona tan hermosa y con tanto
futuro por delante como es la ría, verdadera espina dorsal del pueblo avilesino,
cuyo primer milenio de existencia hemos celebrado -con escaso apoyo oficial, eso
sí- hace ya algún tiempo.
Cálmese, pues, y sosiegue su
ánimo don Gabino, que por ese camino, en el que tanto parece primar lo puramente
localista, no llegaremos jamás a ninguna meta que favorezca los verdaderos
intereses comunes de nuestra región -o provincia, o comunidad autónoma, o
nacionalidad, o si lo prefieren ustedes, nación, que en el maremágnum actual que
hay en España vale cualquier cosa-, siendo así que lo que verdaderamente
necesitamos en Asturias es marchar todos juntos, pero repartiéndonos como buenos
hermanos el escaso pan y el poco queso que encontremos en la andadura y no
pretendiendo algunos llevarse siempre al zurrón propio los bocados más
apetitosos, que ese comportamiento nunca será razón de fraternidad, sino más
bien apetito de egoístas e insolidarios.
Oviedo es nuestra capitalidad,
la capitalidad de la asturianía -dispersa en el ancho mundo y concentrada aquí,
entre la mar bravía y la larga cordillera nevada- y, como tal capital la
queremos y la respetamos todos los asturianos, pero eso no significa que
tengamos que aceptar a la capital como una especie de hermano mayor que pueda
imponer su criterio a la hora de las oportunidades y las conveniencias, para
llevarse siempre las mejores, olvidando los requerimientos y las necesidades de
los demás pueblos de la misma raza y condición.
Avilés hace poco que ha dejado
atrás unos años en los que resultaba difícil, y hasta peligroso para la salud,
respirar el aire contaminado que nos rodeaba, pero el sacrificio de las gentes
de Avilés merecía la pena, ya que aquí encontraron trabajo cuantos lo
necesitaban, no sólo del resto de España, también de la propia Asturias. Y años
después, también supo aguantar con buen ánimo una brutal reconversión
industrial, que ha dejado sus tristes huellas y sus lágrimas en no pocos hogares
avilesinos.
Va siendo hora, pues, de que en
Avilés se reciba alguna buena noticia, como puede ser ésta de que se ejecute e
instale aquí el proyecto del brasileño Oscar Niemeyer, con la particularidad de
que acaso lo que de verdad importe sea el conjunto del proyecto en sí, y no
tanto lo que ahora mismo se piense situar adentro. Lo que sea, que no nos lo
estropeen.
Escrito por José Ramón Cueva